Cuando me llegan las imágenes de orillas plagadas de bolsas y envases de plástico, como botes matavidas de los océanos, siento que tengo ante mí un mar de dudas. Parece que algo se está moviendo más allá de las cosas, mucho más allá de los ribetes blancos de asquerosas salivas escupidas sobre las playas. ¿Las fotos son enteramente ciertas o están manipuladas? ¿Es una geografía alargada de las costas por todo el mundo, o una pequeña y recóndita cala para el posado de basuras premeditadas con luz y alevosía? Segura no estoy de lo que nos cuentan. Hay como un vaivén de olas de noticias que no cesan, como si estuviera prevista la sucia emboscada.

Llámenme escéptica, incrédula e incluso idiota; pero me está escamando el imparable ánimo de angustia que nos inculcan. Cada vez que aparece una asociación "buena" me pongo mala. Sospecho que toca otro turno económico para devorarnos como pirañas nuestros dineros, cada vez más difíciles de ganar. Es el turno de los plásticos.

Aparecen por todas partes como llovidos de un cielo tenebroso, el que tiene un agujero del que cuentan que nos achicharra. Un agujero que a mí empieza a importarme un comino, porque para agujero el de los bolsillos. ¡Cuántos hay ya no con un agujero, sino con socavón!

Cuando aparece una asociación "sin ánimo de lucro" que se alimenta de la Administración, y viceversa, a mí me tiemblan las piernas. Y si además sus socios son los mayores productores mundiales de aquello que pretenden eliminar, entonces ya mi bondad y buenos pensamientos se resquebrajan como un fino vidrio reciclado. Eso es tan contradictorio y falso como cuando los gobiernos en pro de la paz financian carreras armamentísticas.

Lo peor de las cúpulas de poder, es que saben de sobra que el ser humano es bueno en su mayoría. El genial Manolo Summers -que Dios lo tenga en su Reino de justos- llegó a rodarlo en películas en las que nos dio por güenos a todos. Y es tan bueno el ser humano que trabaja gratis y voluntariamente para empresas "sin ánimo de lucro", cuyos sueldos directivos rondan los diez mil euros mensuales. Tan bueno que lo llevan a una playa abarrotada de plásticos o petróleo y se remanga.Nos muestran vídeos de mareas de plásticos que llegan a nuestras orillas con la misma naturalidad que si fueran conchas y caracolas, como una botella con mensaje que alguien ha tirado desde un barco a la deriva. Y quizá el mensaje que leo es el que delata a quién está tirando esos plásticos. Somos guarros, sí. Pero ¿tanto como para ver esas fotografías en las que la arena está tan cubierta de bolsas y botellas de plástico que hoy no habría sitio para escribir el nombre de María Isabel?

¿Cuántos millones de euros reciben para limpiar nuestro planeta? ¿Hay quienes cobran por ensuciarlo? Qué no daría yo por empezar de nuevo, y pasear la arena de una playa blanca.

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