Análisis

José Mª O´Kean

Catedrático de Economía Universidad Pablo de Olavide

El arte de lo imposible

En la actualidad dos generaciones de políticos gobiernan a distintos grupos de edades de una población que no se conforma con ironizar sobre el incumplimiento de las promesas

LA  política es el arte de lo posible, es un aforismo atribuido a varios autores todos ellos notables. La frase otorga a la política la naturaleza de arte y quizás a los políticos la personalidad de los artistas. También incide en el sentido práctico de la política. Y, por lo general, se recurre a ella como justificante a las promesas irreales que se hacen en las campañas electorales y que, finalmente, no se pueden cumplir.

En la actualidad los ciudadanos no se limitan a ironizar sobre las promesas incumplidas y a comprender que la política es el arte de lo posible. Lejos de esta actitud comprensiva y reflexiva se movilizan mediante las redes sociales y presionan con el asalto a los cielos planteando cada uno su propia reclamación y sin importarles lo más mínimo el conjunto de todos los problemas existentes. Pensionistas, chalecos amarillos parisinos, movilizaciones de jóvenes chilenos, perroflautas de la Puerta del Sol, tsunamis democráticos independentistas, manifestaciones de paraguas en Hong-Kong, sardinas italianas…

En la actualidad nos gobiernan políticos pertenecientes a dos generaciones diferentes. La generación Y que tienen entre 40 y 50 años y los nacidos en los últimos lustros de la generación de los baby boomer que tienen entre 50 y 70 años. Los primeros persiguen el éxito, ser los números uno, no soportan perder, son tenaces hasta conseguir el poder o abandonan la pelea si fracasan. Los segundos eran ambiciosos, querían mejorar el mundo, su país, su propia vida. Hoy son más prácticos, más escépticos con los ideales, pero quieren mantener los logros sociales conseguidos: sanidad, pensiones, educación…

Con más años, los denominados viejenials reclaman pensiones dignas y subidas de las mismas con el IPC. No admiten justificaciones referidas a los límites presupuestarios, el vaciado de la hucha de las pensiones, la bajada en los ingresos por las cotizaciones ingresadas debido a la crisis y al paro, la pirámide de población invertida que aumenta el número de pensionistas, la mayor esperanza de vida… Se manifiestan, muestran su descontento. Es la generación que estaba entre los 20 y los 35 años en mayo del 68. Tienen en su ideario genético la protesta, la promesa de la modernidad, aquello de que el futuro iba a ser mejor que el pasado, y ven ahora como las pensiones que reciben no les permite mantener el nivel de vida de cuando estaban en edad laboral y en muchos casos ni siquiera llegar a final de mes. Además de las pensiones, requieren del presupuesto público un gasto en salud elevado. Y son muchos. Millones de votos que los líderes políticos quieren conseguir a cualquier precio.

En el otro lado de la pirámide de población están los más jóvenes, las generaciones X y Z que son las que llevan la dinámica social, las que mueven la opinión pública, las redes sociales, los medios de comunicación. Son jóvenes, atractivos en su estética agresiva, críticos, con una visión del mundo, de la vida, diferente. La generación X son los millennials. Son los que tienen entre 25 y 40 años. Es la generación que siente la frustración de no poder vivir mejor que sus padres. Están convencidos de que no lo lograrán y se han mentalizado para una vida sin pretensiones. No quieren coches, no quieren pisos en propiedad. Quieren vivir en el centro de la ciudad en la mejor zona, pagando poco. Han vivido la digitalización desde el principio, se movilizan mediante las redes sociales con rapidez, les atrae ir contra un sistema que no les da esperanzas. Perciben la desigualdad. No se implican en sus empresas. Quieren tiempo libre para sumergirse en esa otra vida en internet en la que diseñan su propio avatar y donde se les permite plantear sueños digitales. Son los millennials, la generación que impulsa la mayoría de las manifestaciones urbanas en la actualidad mostrando su descontento. Se encontraron con los años de crisis cuando iniciaban su vida laboral y han tenido que adaptarse a los salarios bajos de becarios para empezar a trabajar y después a la precariedad laboral, a los trabajos temporales, los empleos a tiempo parcial y el salario mínimo permanente.

Los centennials, la generación Z, es la que viene por detrás. Tienen entre 10 y 25 años. Son principalmente irreverentes. Han nacido en el espacio digital. Los valores tecnológicos están impregnados en sus mentes. Si algo no funciona se apaga y se vuelve a encender. Solo se les convence con un comportamiento exigente que puedan percibir. La autoridad no se impone, se gana día a día. Sus profesores y sus padres están en desventaja con ellos. Manejan mejor las tecnologías que sus tutores, tienen una visión del mundo más amplia, más acertada. No les tienen respeto a los mayores, ni a las instituciones y las viejas ideas. Son irreverentes. En Facebook, Instagram o Youtube, muestran su imaginación sin límite. Son así. Le gritan al presidente de la mayor potencia del mundo porque contamina y les destruye el planeta y se convierten en líderes globales. Nada les impone. Nada es imposible para ellos. Han visto la disrupción tecnológica. Los cambios profundos son rutina para ellos.

A la mezcla generacional hay que sumar el reto de los medios para atraer la dispersa atención

Y a esta melange generacional hay que sumar los medios de comunicación. ¿Cómo atraer la atención de esta sociedad tan dispersa, con tanta información, con tantas imágenes atrapadoras? Los medios necesitan atraer la atención para ser rentables. Las audiencias mandan. Las encuestas de medios de comunicación aglutinan la inversión publicitaria. Y han encontrado la solución: el escándalo. Es el escándalo lo único que nos hace girar la cabeza y mantener la mirada. Y así, los medios mantienen el pulso de la audiencia mediante el sexo, la violencia, la muestra de la intimidad, la infidelidad, la corrupción, mostrándonos una sociedad sin moral, sin principios, superficial, frustrante y nada ejemplar.

Gobernar este escenario de exigencias y presión mediática transmuta el arte de la política. La convierte en el arte de lo imposible. Obliga a los políticos al enfrentamiento, a la ruptura, al insulto, a sacar a la luz lo peor que tienen, a liderar deseos irrealizables con promesas que ellos mismos y los ciudadanos que les votan saben que no van a cumplir.

Así, elecciones tras elecciones, los viejos partidos van perdiendo adeptos y votos. Y aparecen partidos que defienden ciudades, comportamientos puntuales, sueños propios, deseos únicos. Terminaremos por ver partidos de millennials y centennials que se conformen en plataformas digitales y aspiren al asalto a cielos concretos y particulares. Y van llegando al poder. Los vemos ya en Italia, y vamos a verlos en España. Son gobernantes salidos de estos sueños populistas que prometen lo imposible a votantes que les piden lo irrealizable.

En medio del marasmo, ideas socialistas y liberales son inservibles para la sociedad actual

Y en este marasmo nuevo, diverso e inquietante, la vieja política recurre a las ideas liberales y socialistas de pensadores de hace dos siglos sin darse cuenta de que son ideas inservibles para la sociedad actual y, lo anecdótico, es que la nueva política construye su retórica narrativa con las mismas ideas. Un mundo nuevo que intentamos explicar con ideas viejas.

Después la realidad se impone. Los recursos son escasos, las necesidades ilimitadas y hay que buscar soluciones comunes prácticas y socialmente justas. El motor de la frustración se ha puesto en marcha y el desconcierto de los ciudadanos se ha convertido en natural. Sólo queda el arte. El arte de una nueva política que aún no ha aparecido.

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