LOS aficionados a la Fórmula 1 saben que ésa es, inequívocamente, una señal de alarma. Cuando se oye ¡Box, box, box! significa que algo va mal. Y en la campaña andaluza es lo que se oye en las últimas horas: ¡Vox, Vox, Vox! Y no ya jaleado por sus barras bravas, persuadidos de que esta vez la Reconquista de España no va a acabar sino a empezar en Andalucía, del territorio nazarí a tierra de almogávares y astures… sino desde la izquierda. ¡Vox, Vox, Vox! El PSOE ha descubierto que alimentar a Vox es una forma de debilitar al PP, del mismo modo que el PP alimentó en su día a Podemos para debilitar al PSOE. Y en este caso la sobreactuación va mucho más allá, porque las expectativas de Vox van de cero a cuatro escaños, y sin embargo es el auténtico elefante en la habitación de la campaña.

Su Susanísima preguntó hasta cuatro veces en el debate a los candidatos de PP y Cs si pactarían con Vox. Los dos miraron para otro lado. Claro que tampoco ella respondió a las claras si pactaría la gestión de la economía andaluza con Podemos. Son mimos tacticistas: todos tratan de seducir a esos electorados apelando al voto útil, pero sin ofenderlos… y la verdad suele ofender. Por eso los líderes de PP y Cs se resisten a calificar a Vox de extrema derecha, tal como la izquierda ha eludido situar a Podemos en la extrema izquierda. Ese parece un juego estéril. En todo caso, AA ha profundizado en el nacionalpopulismo o populismo tribal para disputar al PSOE el andalucismo identitario; y Vox crece en la derecha con un extremismo nacionalista desafiando el estado autonómico. La ironía es que a Vox, como sucedió con Podemos, y ahí está la querella, lo jalean sus adversarios desde el otro lado porque resta votos a la derecha y a la vez regala coartadas a la izquierda. De ahí tanto ¡Vox, Vox, Vox!