La economía es uno de los terrenos propicios a la confusión del ciudadano frente a opiniones contradictorias e interesadas en campaña electoral. Cuando el tema es demasiado complejo o se carece del tiempo o de las ganas necesarias para el análisis sereno, preferimos construir nuestro razonamiento a partir de los relatos que otros elaboran, pero ¿cómo elegir entre si la economía va como una moto o está estancada y a punto de arruinarnos? Sin duda, eligiendo adecuadamente el color de las gafas para leer la noticia, incluyendo las de cristal neutro, que tan fácilmente conducen a la frustración.

El último dato de inflación, 3,2% en mayo, representa una caída de 9 décimas con respecto a abril. El de la subyacente, que excluye alimentos frescos y energía, 6,1%, son 5 décimas menos. Y sin embargo, no son buenos datos, porque todavía están por encima del objetivo establecido por el BCE en el 2% y porque el componente subyacente, es decir, el estructural que excluye a los componentes más volátiles, sigue siendo excesivamente elevado. Pese a todo, estamos mejor que el resto de la Eurozona, donde la inflación supera a la española desde septiembre de 2022 y la duplica en la actualidad.

La inflación en España inició su escalada en verano de 2021, cuando en septiembre se alcanzó el 4%, y estuvo por las nubes y por encima de la europea hasta el verano siguiente. Después de meses de gran tensión en torno al precio del gas y la electricidad, alcanzó su máximo (10,8%) en agosto, coincidiendo con el inicio de las restricciones monetarias por el BCE. La desescalada vino después, acompañada de nuevas subidas de tipos de interés y del retorno a la normalidad en el precio de la energía, aunque las malas noticias comenzaron a llegar del componente subyacente de la inflación y de la cesta de la compra. Los precios no han dejado de crecer en estos nueve meses, pero el ritmo al que lo han hecho se ha reducido en un 70%. El problema es que con los precios ocurre lo mismo que con el peso. Que un mes se engorde menos que el anterior está muy bien, pero no significa que se adelgace y quienes adoptan esta perspectiva para observar la inflación suelen concluir que solo la reducción de los precios por debajo del 2% puede considerarse una buena noticia.

Puede que las dos formas de interpretar el dato sean acertadas o lo contrario, pero parece claro que ni la valoración complaciente ni la contrariada sobre el comportamiento de los precios cabe ser atribuida en exceso a la política económica del gobierno, puesto que poca responsabilidad puede serle atribuida en relación con el precio internacional de la energía o el manejo de los tipos de interés. Tampoco fue capaz de impulsar el ansiado pacto de rentas, así que solo puede ser responsable de acciones puntuales, como la controvertida, por excluyente y tardía, bajada del IVA a algunos alimentos, al gas y a la electricidad. El error fue el de apuntar al blanco equivocado, puesto que la iniciativa coincidió con la caída del IPC, pero también con el repunte de su componente subyacente, en el que figuran los alimentos elaborados y los de más peso en la cesta de la compra, que fueron los excluidos de la desgravación.

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