Análisis

Joaquín Aurioles

El privilegio de las potencias

ENTRE las externalidades de la invasión de Ucrania está el aumento de la tensión diplomática entre China y Estados Unidos. Algunos de los episodios más visibles, como el de los globos chinos en territorio norteamericano, la visita de personalidades estadounidenses a Taiwán o las maniobras chinas de cerco simulado a este país, no están directamente relacionados con la guerra, pero coinciden con el pulso por el estado de los equilibrios de poder. China persigue las prebendas que otorga la condición de potencia militar y económica, que en la actualidad disfrutan los norteamericanos de forma casi exclusiva. Lleva años trabajando en aumentar su influencia en África y Latinoamérica, en impulsar la conexión con Asia y Europa a través de grandes inversiones en infraestructuras y en nuevas tecnologías y en levantar una sólida posición en el mundo de las finanzas, promocionando al yuan como moneda reserva.

Los americanos ven la amenaza y ponen todas las trabas que pueden, pero el guion ha quedado bastante inservible tras el conflicto en Ucrania. Frente al sólido compromiso norteamericano con este país, China mantiene una tibia posición de mediación, en la que no es del todo primeriza (intermedió en el nuevo acuerdo de relaciones entre Irán y Arabia Saudita), que le permite mejorar su reputación, pese a mantener su intransigencia en asuntos como la crisis del clima o los derechos humanos.

Desde la comodidad que proporciona la equidistancia del mediador, China se encuentra con la posibilidad de comprar gas y petróleo ruso baratos y con nuevas tensiones en el mercado de divisas, a raíz de la expulsión de Rusia del sistema SWIFT. Los rusos quieren cobrar en rublos y los chinos ven una oportunidad de reforzar el atractivo de su moneda. Consideran que la fortaleza del dólar es un bastión casi inexpugnable en su estrategia de asalto a los privilegios que otorga la condición de potencia económica. Un buen ejemplo es el episodio de guerra inversa de divisas que se inició hace un año.

La guerra de divisas convencional consiste en intervenir en el mercado de divisas con el fin de depreciar la moneda nacional e impulsar las exportaciones, el crecimiento y el empleo y, de paso, corregir el desequilibrio comercial. La guerra inversa es justo lo contrario. Intervenir para apreciar la moneda y encarecer las importaciones, con el fin de reducir la inflación. A los Estados Unidos les basta con subir el tipo de interés, porque la llegada de capitales se encargará revalorizar el dólar. Hace ahora un año llevó la paridad frente al euro por debajo de uno y forzó al BCE y a otros bancos centrales a iniciar su escalada de tipos. El euro se apreció un 10% desde entonces y con otras monedas ha ocurrido algo parecido.

Si la crisis de la banca regional en Estados Unidos frena la escalada de tipos iniciada en marzo del 22, volveríamos a la guerra de divisas convencional. Esto es algo que solo puede hacerse desde Estados Unidos. China intenta desarrollar una capacidad similar de maniobra, pero necesita, además del mayor depósito de divisas del mundo, ofrecer confianza y resultar previsible, algo todavía difícil de apreciar en el sistema político chino.

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