Ábaco, abalorio, abigeo, abigeato

Se cumplen 30 años de la clausura de la Expo y 16 de la muerte de mi descubridor

12 de octubre 2022 - 01:47

Hoy se cumplen treinta años de la clausura de la Expo 92 que conmemoraba el quinto centenario del Descubrimiento de América y 16 años de la muerte del gran Descubridor. Se llamaba como yo, con su nombre firmo todo lo que escribo. Tres lustros y un año después, en un trámite burocrático, al ir a firmar me di cuenta de que llevo toda la vida intentando copiar la rúbrica de mi padre. Su sorolla lo convertí en un garabato, epígono de su autoría, falsario de su identidad. Siempre me impresionó la belleza de su firma, esa concatenación de besos y montañas en un abstracto de nombre y apellido. Yo a escondidas jugaba a imitarlo por si algún día tenía que firmar lo que fuera. Fue mi descubridor de los ríos, los quebrados y las cordilleras. Profesional de los números, me aficionó al secreto encanto de las palabras. Lo intentó también con mis hermanos, pero creo que nunca pasábamos de la a: ábaco, abalorio, abigeo, abigeato, abubilla, acanto, acervo… con su significado correspondiente. Con mi hermano Juan, el segundo, se saltó dos vocales para hacerle buscar en el diccionario el significado de la palabra indómito. Murió dos días después de que naciera mi hijo, su octavo nieto, el primero que llevaba su nombre. Todavía está en la fase de encontrar una firma. Nunca he conseguido un autógrafo más hermoso que el de mi padre. Sus cinco hijos y la compañera de aventuras llevamos sus cenizas al valle del Pas, al lugar donde nacía uno de los ríos cuyos itinerarios nos aprendíamos de memoria: el Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander. Estuvo en la Expo 92 cuyo final se conmemora el mismo día que se apagaron las velas de su vida. Nos fuimos los dos a cenar al restaurante del pabellón de Austria. Tenía un bigote de Stefan Zweig y mis amigos todavía recuerdan que nadie le hacía sombra tirándose de cabeza desde el trampolín. Qué espectáculo. El descubridor de mis américas cotidianas nunca cruzó el Atlántico, pero alguna vez vino de Oriente para ayuda al rey Melchor en la larga caminata hasta As Pontes de García Rodríguez, el pueblo coruñés donde mis padres se instalaron recién casados. Nació el último día de 1925. Por un día no era del año de Clavero Arévalo, Caballero Bonald, Alfonso Sastre, Alfonso Paso, Mariano Ozores, Marilyn Monroe, Alfredo DiStéfano y la reina Isabel II de Inglaterra. Cumplía años el mismo día que Pilar, mi suegra, que nació en un pueblo de Huelva, Santa Olalla del Cala, el último día de 1936, siempre hay vida detrás de un año de tanta muerte, el mismo día que murió Unamuno. La familia es el verdadero trasunto de la intrahistoria. Paco y Pilar, mi padre y mi suegra, jugaban a ver quién se felicitaba antes en su cumpleaños el día de la noche de las uvas. Hoy los tenemos muy presentes a los dos. Pilar se sabía de memoria todos los pabellones de la Expo 92. Una vez se perdió entre Cuba y Puerto Rico llevando en el carrito a mi hija Andrea, que aprendió a andar y a caerse en la Expo y un cuarto de siglo después pasó por Columbus, la ciudad del estado de Ohio que honra la memoria del almirante genovés recordado cada 12 de octubre.

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