DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Un estruendo nos llamó por la espalda. Pensé primero que era la descarga de cervezas de algún camión de reparto o una coincidencia de portazos o figuraciones mías. Sonó el segundo aviso, un trueno que sonaba a baúl rodando por una gran escalera. Los caballos relincharon estremecidos. Volví y alcé la vista. Sobre la Giralda, un nublo espeso y negro. El gran espectáculo de la lluvia en Sevilla -eso tan exótico que provoca en la ciudad una intensa mezcla de fascinación y caos- iba a dar comienzo sorpresivamente, y a mí me había cogido haciéndome la perdidiza por el entorno de los Alcázares y por la judería, por esas plazuelas atestadas donde los guiris cenan opíparamente cuando aún ni ha anochecido.

La Sevilla cosmopolita, la que hizo las Américas y las exposiciones iberoamericana y universal, en cuanto llueve, se transforma en una sencilla capital de provincias. Lo pensaba mientras miraba los charcos bajo un toldo de la Plaza de la Alianza. Los pocos sevillanos que por allí andábamos habíamos corrido a refugiarnos a la pergolilla de un restaurante, contra la voluntad del dueño inmisericorde, que nos quería echar de allí a base de darnos voces. Mientras tanto, dos turistas japoneses seguían como si nada, sorbiendo espaguetis bajo la tempestad, guarecidos tan sólo por una sombrilla de Cruzcampo. Una extranjera, dotada de esa felicidad sin culpa que hace tan preciosas a algunas muchachas de fuera, pasó casi bailando entre los charcos. Cuántos estarían echándose las manos a la cabeza al acordarse de que habían dejado la ropa tendida en la azotea. Como yo.

Hasta el chaparrón del pasado sábado, habían pasado 135 días sin llover sobre nuestras cabezas. Es síntoma de sed y de carencia que recordemos con precisión cuándo fue y dónde estábamos la última vez que llovió. Fue el Jueves Santo, a mediodía, al otro lado del cristal de una cafetería de la calle Feria, mientras escribía mi columna para el día siguiente y en la que, por supuesto, hablé de la tromba. Tan extraño acontecimiento comienza a ser la lluvia en Sevilla que, ya ven, escribimos de ello en cuanto caen cuatro gotas.

Éste no es periodo de lluvias, pero consulto los datos: Agua Cero. En los pasados meses se han registrado un 0% de precipitaciones. Las plantas no han visto caer agua del cielo, el aire no se ha aireado, tampoco las cabezas, las calles no han sentido el alivio de los charcos, y los cuerpos acusan demasiadas noches de bochorno. Al contrario que en tantos lugares del mundo, aquí nos entra si llueve algo así como una dicha. La invoco: que el cielo de Sevilla no se retrase en pasar de agua cero a aguas mil.

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