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Luis Sánchez-Moliní

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Aizpuru y los eucaliptos

El que el eucalipto sea "de derechas", como Pemán, no le ha ayudado mucho. Cualquier día de éstos lo prohíben

Del eucalipto escribió Juan de Aizpuru que era, además de extranjero, "esquilmador, haraposo, chupóptero, con olor a farmacia y de derechas". Lo hizo hace ya mucho tiempo, en las páginas de la revista de agronomía Cortijo de Cuarto, cubeta en la que este ingeniero de montes y sabio volcaba con elegancia y humor sus múltiples saberes sobre árboles y otras verdulerías. Leer los textos de Aizpuru, algo que podemos hacer hoy gracias al blog de otro histórico de los parques sevillanos, José Elías Bonells, nos trae un cierto recuerdo de aquella gran generación de escritores burgueses que ejercieron la literatura y el periodismo como una invitación al goce de la vida a través de sus placeres más supremos: los libros, la gastronomía, el arte, los jardines o el erotismo jocoso. Nos referimos, claro está, a gentes como Cunqueiro, Perucho, José María Castroviejo, Néstor Luján o, ya en nuestra ciudad, Manuel Ferrand, quien le reservó a Aizpuru un cameo en su novela Con la noche a cuestas, en la que narra los años de la construcción del barrio de Los Remedios y con la que ganó el Premio Planeta en 1968.

Volvamos a los eucaliptos, también llamados calixtos o carlitos en el habla rural bajoandaluza. Con su sentencia un tanto desdeñosa, Aizpuru, quien entre muchas otras cosas es responsable de las magníficas encinas de Plaza de Cuba, no hacía más que hacerse eco de la antipatía que los colectivos ecologistas le profesaban a este árbol de origen australiano que es ya parte esencial del paisaje de la Península. Ejemplo cómico de este odio es que una de las asociaciones ecologistas de moda en otros tiempos se llamaba Phoracantha, en honor al insecto que ataca con más saña a los eucaliptos. Pero Aizpuru, quizás ya templado por la edad y la experiencia, también reconoció la majestuosidad y belleza de muchos ejemplares que aparecen ante nuestros ojos como colosos trapenses que no necesitan de la soberbia para imponerse. No hay duda de que es un árbol que se hace respetar, tanto que la misma Soledad Becerril obligó a modificar el trazado de la calle Pedro Salinas para salvar el enorme ejemplar que allí aún se encuentra. Es lo mínimo que puede hacer un Ayuntamiento por un dios, aunque sea extranjero.

El eucalipto sufre de mala fama por la xenofobia naturalista y por su utilización en políticas agroindustriales no muy acertadas que se iniciaron en los años del desarrollismo. Es, por así decirlo, el antilince, el malo de la película medioambiental. El que sea "de derechas", como Agustín de Foxá o Pemán, no le ha ayudado mucho. Cualquier día de estos lo prohíben.

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