Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Cohabitación y deslealtad (Federal)
Azul Klein
La llegada sofocante del calor estival, y la inminencia de las hogueras de San Juan, me pillan en Siberia. En un campo de tránsito. Hasta ahí me conduce el poeta Ósip Mandelstam (1881-1938), o más exactamente, el relato de su viuda Nadiezhda, que sobrevivió para defender el legado literario y la memoria de su marido, uno de los escritores esenciales junto con Pasternak, Tsvetáieva y Ajmátova de la Edad de Plata de la literatura rusa. Recupero las memorias de Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza (Acantilado), gracias a la bibliografía final que incluye Eduardo Jordá en Anna Ajmátova, obra elegantemente ensalzada en estas páginas por I. F. Garmendia y que es, por derecho propio, uno de los libros esenciales del año. La amistad entre estas dos mujeres es conmovedora y ocupa algunas de las escasas páginas luminosas de Contra toda esperanza, el testimonio de la vida del matrimonio en su exilio interior por los confines de la Unión Soviética y un libro sobre el poder de los afectos y de la voluntad de ser fiel a uno mismo, al precio que sea: en el caso de Mandelstam, el martirio tras las alambradas de los campos de Stalin por haberle descalificado en un poema leído en privado. Nadiezhda tuvo que memorizar los poemas de Ósip para preservarlos porque estaba prohibido editarlos. Encontró el mayor consuelo en las palabras de Ajmátova, quien le dijo que "Mandelstam no necesitaba del invento de Gutenberg". Y así, como los protagonistas de Fahrenheit 451, ella se jugó la vida por aquellos versos y logró que no cayeran en el olvido. Y aunque no pudo volver a Moscú hasta tres años después de la muerte de Stalin, siempre contó en la distancia con el consuelo y la certeza de la amistad de Ajmátova.
Mientras escuchaba el concierto de clausura de la temporada de la Orquesta Barroca de Sevilla vuelvo a pensar en Ósip, Ajmátova, Nadia y en el poder de la amistad contra el infortunio, esa riqueza que no pesa y podemos llevar a todas partes, incluido el destierro. La amistad explica también la alquimia que la OBS logra con el director Enrico Onofri, una relación que excede lo profesional y se aprecia en todos los detalles y matices que el conjunto extrae de las partituras de Vivaldi o Scarlatti cuando él la dirige, un milagro al que contribuyó la semana pasada la joven soprano vasca Jone Martínez con esa voz de estrella internacional a cuyo nacimiento hemos asistido felices. Con amigos fieles llegamos mucho más lejos, y hasta podemos dar lo que no habríamos imaginado que era posible. Conviene escuchar a los amigos, sobre todo cuando nos dicen lo que no nos gusta oír. En la decisión de Susana Díaz de optar a las primarias quizá escuchó más a los afines que a los amigos, y ahora que empieza su exilio interior tendrá ocasión de probar la naturaleza de todos ellos.
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