La lluvia en Sevilla

Antigitanismo

Las proclamas de exterminio de los gitanos coinciden en el tiempo con muchos más discursos de odio

La narrativa de las desgracias que suceden en el Sur tiene un punto solar, de luz cenital que desasosiega en extremo, y quizá por eso resultan jugosas a quienes comercian con el dolor. Un accidente o crimen en Galicia atrae al cuervo mediático por lo que desdibuja el boscaje y el froallo y deja lugar a la sugerencia. En Sevilla, lo mismo atrae por la nitidez y el contraste de luces y sombras de planicie. Es lo que hemos vivido en estos días con la desaparición y muerte de Álvaro Prieto. Una cosa es lo que sucede, el tremendo infortunio por el que no podemos más que sentir en silencio respeto y compasión, y otra la construcción informativa de esta o de otra realidad de las calificadas de “interés humano”. Aquí viene lo delicado, aquello de lo que la deontología se ocupa y casi siempre pierde, porque gana lo crematístico en su acepción más amplia. Siempre pierde la ética y ahora mucho más, pues quienes manipulan en las redes sociales, aportando tumulto, mentiras y mensajes de odio o de emocionalidad barata, no son lo mejor de su casa. El relato de una desgracia como esta, tanto en cuando toca el tuétano del mayor dolor que cabe imaginarse, puede ser una espita que abre de forma fácil y gratuita horas de rentable morbo en la tele, odios dormidos que interesa espolear o linchamientos delirantes, porque contra alguien habrá que arrojar el revoltijo irracional.

En estos días de la noticia luctuosa a todo trapo, han prendido como la estopa dos tipos de mensajes, uno facilón y otro realmente perverso. El facilón, una letanía que comienza con “Cuando éramos normales…” y que quiere hacernos sospechosos a cualquiera –al personal de Renfe, el primero– de inhumanidad. Cuando éramos normales, Renfe le hubiera dado una alternativa a este joven; cualquiera lo hubiéramos ayudado, blablablá. Curiosamente lo retuitean a tope –y no como acto de contrición sino de reproche– esos que, sin duda, protestarían si un chaval que viene de fiesta se cuela en un vagón y el personal se lo consiente, esos que afirman a voz en grito que las normas están para cumplirlas, y que lo que ellos pagan de impuestos se lo llevan los gitanos, a los que les estamos regalando casas. Nombro específicamente al pueblo gitano porque contra él va el mensaje perverso: pseudoperiodistas vinculados a la extrema derecha lograron el trending topic al propagar el bulo de que los gitanos (así, en universal, además) se habían cargado a Álvaro. A partir de ahí, he visto aflorar no pocas proclamas directas de limpieza étnica y de exterminio de los gitanos. Concuerdan con otros mensajes atroces contra “el otro”, quienquiera que sea “el otro”, que cunden en estos días oscuros. Soplan extraños vientos, ante los que más nos vale no torcer el rumbo ni volver la cara.

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