La lluvia en Sevilla

Antonio Machado, natural de Sevilla

Don Antonio es un autor universal con una poética y temperamento que son, como él, naturales de Sevilla

Más de una vez me han mandado callar –y no puedo– cuando, entre los anaqueles de la biblioteca Infanta Elena, busco a Antonio Machado y encuentro su obra bajo la signatura fondo local. “¡Machado no es un poeta local, es un autor universal!”, se me oye refunfuñar, como la que porfía sola con su sombra. Don Antonio no es solo y ni primeramente sevillano, pero –y aquí la adversativa me la digo a mí misma– sostengo que su poética y temperamento son, como él, naturales de Sevilla. Dicho sea sin trazas del ceporro chovinismo hispalense. Más de una vez nos presentan al poeta como si fuera un señor de Segovia, un sobrio vestido de pardo y lejano del pulso del Mediodía, más castellano que el puente de Tordesillas. Y por si fuera poco nos lo contrastan con un Manuel al que siempre dibujan más castizo que cosmopolita. Pues vuelvo a insistir: Antonio Machado, en su idea y horma poética, en su aire para lo leve y lo grave, y en el entendimiento de lo popular y la sabiduría que ahí habita, es un autor universal muy natural de Sevilla.

No es de extrañar: los Machado recibieron el legado de Demófilo, no solo para entender las formas sino el fondo hondo de los cantes flamencos. Antonio lo quintaesenció en sus proverbios y cantares. En el sevillano Juan de Mairena (y en otros apócrifos como Abel Martín o Meneses) sustancia la genialidad, retranca, claridad, gracia y seriedad –todo junto– de un perfil de filósofo al sur; de un Sócrates para niños viejos, tiernos y maduros; duro de oído cuando era preciso; fundador en sueños, también en Sevilla, de la Escuela Popular de Sabiduría Superior (y adviértase que lo superior no era la escuela sino la sabiduría…). Y, cómo no, Antonio Machado es sevillano en sus ácidos y fascinantes complementarios, desde los más mollatosos a los que directamente se revuelven –como también lo hizo Chaves Nogales– ante lo que, ayer y hoy, estanca y convierte en légamo el espíritu de esta ciudad. Cuántas veces pienso –cada vez que lo vuelvo a leer, como poco– que lo que antier dijo Antonio Machado sería hoy motivo de escándalo. No sé qué Machado leen quienes no ven la radicalidad (del latín radicalis, “relativo a la raíz”), la ética y la valentía del fondo y forma de sus palabras, que fueron “unas pocas palabras verdaderas”.

Miren si sería don Antonio de Sevilla que parió a un apócrifo, también llamado Antonio Machado, y lo hizo nacer aquí en 1875. “Algunos lo han confundido con el célebre poeta del mismo nombre”, aclara guasón, mientras nos derretimos del gozo. Llevamos 85 años y un día sin él. Sin embargo, vigente, aquí está su palabra en el tiempo y a través del tiempo. Gloria al poeta que nunca persiguió la gloria.

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