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La lluvia en Sevilla

Feminismo de marca blanca

Ya vale de ‘feminism washing’ como estrategia de marketing económico y político

Cuando nuestros dirigentes reclaman –la sonrisa de oreja a oreja– un andalucismo sin ideología y, a continuación, un feminismo sin ideología, conviene parar el balón. “Sin ideología”, traducido, quiere decir “no hay más ideología que la mía, la de un status quo con la fachada remozada y los desconchones encalados”. Con este truco, cualquier disidencia será tachada de ideológica y, por tanto, de extremista y sesgada. Es tan sonrojante como escuchar a los de Vox declararse en contra de lo que llaman adoctrinamiento (hay que tenerla de cemento armao). La ideología, como el infierno, siempre son los otros, qué casualidad. No cuela. Cada uno de los avances en los derechos y libertades, en las condiciones de vida de las mujeres (del sufragismo al derecho a ser únicas soberanas de nuestros cuerpos, pasando por la lucha contra la violencia machista o la igualdad salarial…) siempre se han alcanzado con el viento y los escupitajos de cara, contra “lo que está mandao”, a pesar del estado de cosas establecido. Así, indigna contemplar a quienes absorben, falsean, hacen caja o convierten en marca blanca y registrada lo que los feminismos han logrado a base de tiempo, esfuerzo y cuestionamiento. Más nos valdría no comprar esa mercancía envenenada. Las libertades y condiciones de vida de las mujeres y de las niñas no son maquillaje, son derechos humanos. Ya vale de feminism washing como estrategia de marketing económico y político. Antes bien, el feminismo, por incómodo, nos ayuda a que como sociedad se nos caiga la cara al suelo de vergüenza y eso nos ayude a transformarnos. Es lo que sentí el otro día al ver No estás sola, el documental de La Manada, un caso con seis enjuiciados: cinco violadores y la mujer que fue violada.

“Ponerse las gafas violeta”, como se dice a menudo, empieza por quitarse las anteojeras, una misma la primera. Y luego veremos, literalmente. La ensayista Joanna Russ nos mostró que estamos tan hechos a ver nombres y caras de hombres en cada una de las secciones de los periódicos –salvo las destinadas a “cosas de mujeres”– que cuando en una página aparece el mismo número de mujeres que de hombres se nos antoja que casi todo son mujeres. Cuando en una portada aparecen solo escritoras un ojo se nos junta con otro y nos dan seis vueltas las orejas. El que dice “¡Qué más queréis!” es porque entiende que no le conviene abrir los ojos. Es preciso volver a mirar, para que estos sesgos inconscientes no se alíen con la engañifa y la mala fe. Hoy en Sevilla, el feminismo vuelve a salir a la calle. Va a hacer falta temple, inteligencia, intuición, poderío, autocrítica complicidad y juntura para que no nos cuenten su rollo ni nos hagan chocar en este extraño salón de los espejos. Atentas.

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