Asesinato en la dehesa

Los meloncillos cazan en familia, como los Mason, y aprovechan cuando el 'norit' está durmiendo

Un meloncillo en un mosaico romano.
Un meloncillo en un mosaico romano. / DS

06 de octubre 2022 - 00:01

EL pastor de la dehesa El Costurón nos contó una historia de terror, un auténtico thriller ecológico. Durante las últimas noches habían aparecido varios cuerpos de borregos asesinados de una manera sumamente cruel. Las heridas que presentaban sus cuerpos eran terribles. Les habían devorado los sesos, la tráquea y las tripas. Algunos, incluso, aparecían decapitados. A continuación, como si fuera un Poirot criado entre encinas y gamonitas repasó los principales sospechosos. Descartó al lobo por la sencilla razón de la incomparecencia. Desde hace tiempo, el que fuese el monarca indiscutible de la fauna ibérica, apenas se ve por la cuenca del Guadiana. Como los cristianos hispanos del siglo X, ya sólo habita al norte del Duero. Después de rascarse silenciosamente la nuca, también tachó al zorro. En esta época no dejan los cadáveres semidevorados en medio del campo, sino que se los llevan a las zorreras que hay en la vega del Zapatón para alimentar a las crías. “¿Y entonces?”, preguntamos. “Probablemente fueron los meloncillos”, nos dijo el pastor con la habitual indiferencia ante el horror del detective que es capaz de volver al lugar del crimen por la noche (homenaje a Roberto Bolaño). Es decir, que como principal sospechoso del borreguicidio, una vez descartados también el lince y el jabalí, tenemos a los meloncillos, esos simpáticos animalejos que cuando los vemos en los documentales televisivos dan ganas de adoptarlos. Al parecer cazan en familia, como los Mason, aprovechando cuando el desventurado norit está durmiendo para abalanzarse sobre él y exterminarlo a dentelladas. No debe ser una muerte dulce. Incluso, después el festín, pueden arrastrar a la carroña sobrante hasta una charca para disimular su mal olor y evitar que otros depredadores se aprovechen de su esfuerzo e inteligencia. Sin duda, el meloncillo es un criminal listo e implacable.

Tras la charla con el ovejero recordamos aquel curso de doctorado, De la Belle Époque a los campos de exterminio, en el que Alfonso Lazo, ya más jungeriano que ex socialista, demostraba sus amplios y profundos conocimientos sobre nacionalsocialismo. Los nazis, nos decía, amaban profundamente la naturaleza, no sólo por una cuestión estética y deportiva, sino porque representaba mejor que nada ese darwinismo implacable que ellos pretendían llevar al orden nacional e internacional. Derrotada Alemania en el campo de batalla, el darwinismo político y social quedó en absoluto descrédito, pero hemos pasado a una visión de la naturaleza totalmente naif, en la que los meloncillos cantan al atardecer y los borregos le hacen los coros. Le llaman animalismo, y cada vez tiene más peso.

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