Barbarroja

Tras la victoria sobre los nazis, nadie reflejó mejor que Grossman el doble rostro de la barbarie totalitaria

Tal día como hoy, por usar la frase hecha, empezó hace ochenta años la temeraria ofensiva de la Wehrmacht y sus aliados contra el inmenso territorio de la Unión Soviética, una invasión que a juicio de los historiadores nunca tuvo posibilidades reales de éxito, aunque el ejército alemán lograra conquistar y retener Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos y amplias zonas de la Rusia europea. Más allá de su magnitud formidable, lo que distingue a aquella campaña es que fue, incluso contando con los precedentes coloniales, una verdadera guerra de exterminio, movida por el odio hacia los judíos y el desprecio hacia los eslavos, que de acuerdo con la cosmovisión nazi eran un pueblo inferior destinado a la servidumbre. Conforme a los delirantes planes de los ideólogos hitlerianos, las amplias extensiones del Este serían repobladas por colonos arios, a la cabeza de comunidades agrarias en las que los naturales ejercerían de esclavos. Durante el despiadado avance en el frente oriental, las tropas de las SS que acompañaban al ejército, en connivencia con los mandos y ayudados por colaboracionistas reclutados entre los locales, ejecutaron el llamado Holocausto de las Balas, etapa previa a la industrialización del genocidio que sólo en esa fase temprana supuso el asesinato de un millón de judíos. A Vasili Grossman, que cubrió la Gran Guerra Patria -como la siguen denominando los rusos- para el diario militar Estrella Roja, le debemos una novela anterior a la monumental Vida y destino en la que el escritor y periodista, todavía encuadrado en la ortodoxia militante, narró con tonos épicos la heroica resistencia frente a los invasores. Su título, Por una causa justa, reproducía la famosa consigna de Mólotov, pero Grossman no tardó en comprender que la causa del Partido no era la causa del pueblo, menos aún la del pueblo judío. La historia editorial de El libro negro, donde Ilyá Ehrenburg y él mismo recogieron los testimonios de los supervivientes, demuestra que la burocracia soviética, que vetó la publicación del compendio y de las obras posteriores de Grossman, no deseaba que trascendiera la dimensión específica del genocidio, entre otras razones porque el trabajo documentaba la complicidad entusiasta de ucranianos y bálticos. Las estimaciones actuales elevan a más de veinticinco millones la cifra de las víctimas de la URSS a lo largo del conflicto, sin contar las de Stalin, que ya antes de la Operación Barbarroja había dejado claro que no concedía ningún valor a la vida de sus súbditos. Tras la victoria sobre los nazis, nadie reflejó mejor que Grossman el doble e inhumano rostro de la barbarie totalitaria.

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