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María José Andrade

Benjamin Button

Lo más sorprendente fue ver a un Pablo Iglesias que había envejecido en apenas siete años

21 de mayo 2021 - 01:50

No sé si han visto la película protagonizada por el actor, Brad Pitt, basada en un relato del autor americano Scott Fitzgerald El Curioso caso de Benjamin Button.

Si no es así, la curiosa historia cuenta la vida de un hombre que nació en el cuerpo de un anciano de 80 años, que irá rejuveneciendo, con el paso del tiempo, hasta convertirse en el bebé que debía haber sido en el momento en el que nació.

Benjamin nace viejo, pero descubre un mundo salvaje, lleno de personas que se cruzan en su vida para enriquecerla. Busca la aventura. Ama, ríe, escucha. Es paciente y analiza todo lo que se muestra ante sus ojos.

Nace viejo, pero el trascurrir de los años lo convierte en un joven/niño sabio, que sabe llegar al fin de sus días teniendo la certeza de que lo ha aprendido todo y bien.

Un mensaje que deberían de aplicarse los nuevos/viejos políticos que llegaron para traer libertad (qué palabra tan apolínea y, a veces, tan gastada) y usando un nuevo lenguaje, con el que muchos no se atrevían.

Eran tiempos de verdadera confrontación. Momentos en los que la crisis nos hacía irascibles y estábamos ávidos de nuevos discursos, de escuchar cosas diferentes, y de conocer a una clase política que prometía, y que llegaba con una fuerza arrolladora pero que, finalmente el mensaje que dieron a muchos se quedo en eso, en promesas.

Hace apenas unos días, se celebraban las elecciones autonómicas en Madrid y el resultado no podía ser más esclarecedor: el pueblo, que es soberano, habló. Y lo hizo dejando, muy patente, que en su voluntad de decidir y en su voto sólo manda él.

Un matiz que muchos políticos olvidan cuando utilizan palabras como echar, arrojar, desbancar, sacar. Y es que, por mucho que les duela a algunos, es el ciudadano el que ese día, y para una larga temporada (en este caso, dos años) otorga responsabilidad a una voluntad que muchos cuestionan como si no tuviera validez.

Las consecuencias que ha tenido todos las conocemos: Ayuso arrasa, Gabilondo se queda solo, Mónica García ocupa un espacio que hasta ahora había sido de un solo dueño, y Pablo Iglesias deja todos sus cargos en política.

Lo más sorprendente fue ver a un Pablo Iglesias que había envejecido en apenas siete años. Siete años en los que se convirtió en una voz para muchos y en un líder indiscutible para otros, pero que en ese instante se llenaba de surcos para asumir que había perdido.

Mientras Iglesias comparecía ante los medios, yo recordaba a Benjamin Button y pensaba en lo avejentado que estaba. En cómo en vez de rejuvenecer, había adoptado los roles y malas costumbres de la, como él la llamaba, casta política, y en cómo en vez de aprender, de escuchar y de reflexionar para seguir creciendo y ascendiendo en su carrera, recorría el mismo camino que hizo Albert Rivera. Iglesias y Rivera llegaron jóvenes, pero a los dos se les olvidó, como diría Benjamin Button, que "la vida sólo tiene sentido yendo hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante, y teniendo la fortaleza para empezar de nuevo"

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