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José Aguilar

Bienvenido, míster Adelson

LOS gobiernos autonómicos de Madrid y Cataluña han pasado este fin de semana un examen en Las Vegas (Nevada, Estados Unidos). Asignatura que quieren aprobar: oferta para que se instale en su territorio el mayor centro de ocio y convenciones del sur de Europa. El aprobado general está descartado. Sólo una de las dos comunidades seguirá adelante.

Se trata de convencer al magnate del juego de Las Vegas, Sheldon Adelson, de que levante su gran complejo de hoteles, con 36.000 habitaciones, seis casinos, nueve teatros, campos de golf y palacios de congresos en Madrid o en Barcelona, bajo el nombre de Eurovegas. Bueno, a Adelson y también a su señora, que tiene una participación accionarial algo superior a la de éste en la compañía familiar y una gran ascendencia sobre el marido. Ambos son judíos y, además de a ganar dinero, también son propensos a la filantropía y a la defensa del Estado de Israel.

De momento, y tras los exámenes preliminares, la puja la va ganando Madrid. Por puntos. Uno de los puntos fundamentales es que la comunidad que preside Esperanza Aguirre ofrece la posibilidad de elegir entre dos grandes extensiones de terreno mientras que la que preside Artur Mas sólo oferta un suelo que, por su proximidad al aeropuerto de Barcelona, está sometido a las exigencias de la seguridad aeroportuaria, que le impedirían la construcción de rascacielos. Al magnate lo subieron a la Torre Agbar, un auténtico icono arquitectónico de la capital catalana, y en la cima de sus 144 metros de altura exclamó: "Esto no es un rascacielos".

El gran argumento de las autoridades madrileñas y catalanas para correr en pos del proyecto tiene un peso indudable, y más estando como estamos: la creación de empleo y la generación de riqueza. Resumiendo, una inversión de 18.000 millones de euros en diez años y más de doscientos mil puestos de trabajo. Es un argumento que la opinión pública comprará con enorme facilidad.

Ahora bien, debe constar que este Las Vegas sureuropeo también tiene su cruz. Una cruz neocolonial que no despierta tanta ternura como las andanzas del Pepe Isbert de Bienvenido, míster Marshall. El judío Adelson no pide que la autoridad le agasaje disfrazada de folclórica, sino, entre otras cosas, que afloje la rigidez de los convenios colectivos, le exima un rato largo de pagar impuestos y Seguridad Social, deje a los menores caer en la ludopatía y permita fumar en los casinos. Quiere, en definitiva, que Eurovegas se constituya en un islote de juego, diversión y putas al que se prohíbe la entrada de algunas leyes vigentes en España. Me pregunto si la crisis acabará arrancando a este país el escuálido trozo de soberanía que todavía le queda. Veremos.

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