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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Brotes de Azahar en otoño

Mi cuarentena individual por la isquenia silente se vio envuelta en una cuarentena mundial

Han pasado 847 días. Entonces yo andaba preocupado, con una angustia interiorizada, tan silente como la isquemia cardiaca que me habían diagnosticado, pero el mundo iba viento en popa. 847 días después, cuando esta tarde vuelva a ver a mis gentiles amigos de la Asociación Azahar en Flor de Montequinto, las cosas han cambiado. Yo me encuentro, está feo decirlo, en uno de los mejores momentos de mi vida, puro Benzema, pero el mundo está hecho unos zorros. ¿Qué ha pasado en estos 847 días en que como en una cita a ciegas un señor desconocido llamado Ángel, hoy mi amigo, me llevara en su coche a un centro vecinal para dar una charla que titulé 45 revoluciones por minuto, 45 años por segundo? Ese título un poco rimbombante, cronología de los años que habían pasado desde que llegué a ejercer el periodismo en esta ciudad del Sur, figura en la placa que amablemente me entregaron mis escuchantes. 847 días. La suma de esos números da 19, el día de noviembre que les conté mis batallitas de la bendita canalla, el año 19 en el que nos encontrábamos. El 27 de septiembre de 2019 corrí la Nocturna del Guadalquivir; el 27 de octubre nos despedimos los cinco hermanos en Puertollano, nuestra Roma Capitolina; el 27 de noviembre me hicieron un cateterismo al que llegué con su punto de ansiedad después de que en mi última entrevista antes de pasar por quirófano un prestigioso cardiólogo cuyo nombre prefiero omitir me dijera que la mitad de los intervenidos "se iban para el otro barrio".

Yo simplemente me fui a Montequinto, donde vuelvo esta tarde 847 días después. Mucha gente sí se fue al otro barrio. Varios millones en todo el mundo. Después de aquel amable encuentro con el azahar de otoño, tan cernudiano, llegó una pandemia con estragos de guadaña asesina que se empeñó en dar la vuelta al mundo pocos meses después de que empezáramos a contar el quinto centenario de la que dio Magallanes y terminó Elcano. Un trienio épico, glorioso, con muchas bajas (murió casi toda la tripulación, completó la gesta una de las cinco naves) cuya rememoración ha coincidido con una pandemia viral (las palabras terminan vengándose de sus estúpidos usos, como en un relato de Cortázar) y ahora con una invasión con señales de guerra.

Mi cuarentena individual por la isquemia silente se vio envuelta en una cuarentena mundial. El ángel exterminador de Buñuel nos dejó encerrados en las casas, oyendo el estrépito de los silencios, llenas las calles de vacío. Eran más días de papel higiénico que de mascarillas. Y papel de libro, mucho libro, toda la serie de Ripley de Patricia Highsmith, mucho Galdós en su centenario, mucho ruso con títulos premonitorios. Que con Tolstoi haya Paz después de la Guerra y con Dostoievski Castigo para el Crimen de estas muertes inermes, inocentes, en toda Ucrania y su capital, Kiev, donde hace diez años España ganó su última Eurocopa. La primera se la ganamos a la Unión Soviética en 1964. En los 25 años de Paz (y Guerra).

Del estado de Alarma al estado de las Armas. Cómo hemos cambiado. Azahar de otoño.

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