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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cacofonía científica

Hay una inflación de voces científicas en los medios, muchas veces difundiendo mensajes contradictorios

Llámenme terraplanista, acúsenme de practicar el pensamiento mágico y el chamanismo, pero una de las conclusiones que sacamos de esta crisis del Covid-19 es que la ciencia no es ese mundo sólido y objetivo, casi sagrado, que algunos nos quieren hacer ver. En los últimos días hemos visto a celebridades de Harvard, a eminencias del Imperial College de Londres (los británicos sí saben poner nombre a las instituciones) o a prebostes del CSIC contradecirse de manera tan desconcertante que nos vienen a la memoria aquellos días del crack de 2008 en que nos dimos cuenta de que los economistas no tenían la fórmula mágica con la que sacarnos del atolladero en el que ellos mismos nos habían metido. La confusión provocada por esta polifonía de voces científicas es tal que, hasta la fecha, no sabemos muy bien qué es un muerto por coronavirus (el conteo se realiza de manera muy diferente según los países e, incluso, las autonomías) o si es mejor el confinamiento total a la española que el experimento sueco de la "inmunidad de grupo". Por no saber, no sabemos si las mascarillas son útiles (en las últimas horas ha habido voces muy autorizadas opinando de distinta forma), si hay que dejar los zapatos en la puerta (como en casa de los jipis y las mezquitas) o si hemos llegado al famoso "pico" o estamos sólo ante un receso para que el virus tome fuerza. Por no conocer, ni siquiera tenemos la constancia de si mientras tecleamos estas palabras el virus pasea por nuestro torrente sanguíneo. Lo único que ya está claro es que lo que algún científico llamó en su momento "una simple gripe" (no sólo Bolsonaro ha patinado en estas cuestiones) se ha convertido en una auténtica carnicería que está a punto de llevarse por delante nuestro modelo de vida.

Hace unos días, el casi siempre lúcido Antonio Muñoz Molina, se felicitó de que en esta crisis fuesen los científicos los que estuviesen hablando en los medios y no la habitual tropa gallinácea de las tertulias, lo cual no es cierto del todo. En primer lugar porque el cacareo mediático no ha cesado, y en segundo porque la comunidad científica ha producido una cacofonía tan desconcertante como cualquier otra. La diferencia es que lo dicho por los tertulianos lo archivamos en la papelera de nuestro escritorio sin el más mínimo remordimiento, mientras que lo afirmado por el especialista del MIT de guardia lo tomamos como palabra sagrada. No dudamos de la utilidad de la ciencia ni de que sin ella esta crisis hubiese sido infinitamente más devastadora, pero sus honorables miembros deberían aprender a ser más cautos en sus "estrategias de comunicación", como ahora se dice. En su día ya vimos cómo los sacrosantos jueces perdían respetabilidad, antaño casi sacerdotal, por exponerse demasiado a los telediarios. Los hombres de ciencia van por el mismo camino.

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