Dentro del enorme abanico de tristeza que nos embarga, una de tan numerosas varillas como nos llenan de congoja figura en lugar destacado la nostalgia en el recuerdo de un estadio lleno. Anoche se jugaba en la Cartuja un partido de fútbol trascendente para el que debiera ser el equipo de todos, la selección nacional. Y en la ciudad donde se acuñó lo de jugador número 12, en esa misma a la que se agarró Miguel Muñoz para que el pueblo volviera a creer en un equipo abandonado por el fracaso del 82, la selección nacional siempre encontró un viento de popa que le venía desde las gradas. Anoche era un dolor ver un estadio que parecía un cementerio dentro y, sobre todo, en sus alrededores. Lo que siempre fue una feria en día de partido, anoche era una boca de lobo inmensa, negra, sin vida y la corrosiva pregunta es si algún día volveremos a lo que siempre fue.
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