La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Canciones para después de una fiesta

No debe despreciarse la música popular, dijo Proust: se ha llenado con los sueños y las lágrimas de los hombres

Cuando termina una fiesta siempre me parece oír el Mañana de carnaval de Orfeo negro: "Depois deste dia feliz, nao sei se outro dia virá" ("Después de este día feliz, no sé si otro día vendrá"). Lo sé, pocos recuerdan ya esta película de 1959 y esta maravillosa canción compuesta para ella por Luiz Bonfá. No hay problema. Como estamos en la era de Youtube y Spotify háganse el favor de buscarla en la versión de la gran Elizeth Cardoso: desde su inicio suavemente tarareado es el himno de la feliz y a la vez honda melancolía del final de las fiestas. Después, si les apetece, búsquenla en la muy sofisticada versión de Astrud Gilberto, en la swing de Sinatra con arreglos de Don Costa o en las jazzísticas de Gerry Mulligan, Dinah Shore, Dexter Gordon o Ray Baretto. Pero empiecen por la de Elizeth Cardoso. Ninguna supera su elegante, honda y hermosa melancolía que la convierte en el himno del paso del tiempo, de la nostalgia del día después. Si este artículo se la descubre a algún lector ya está justificado.

Lo he titulado así en homenaje a Basilio Martín Patino y su magistral y conmovedora Canciones para después de una guerra, la película que nos descubrió que la música popular tiene una capacidad de evocación del instante de la que carece la llamada música clásica. Esta, con toda su grandeza, expresa el ser y tiene vocación de eternidad mientras que la popular, con toda su modestia, expresa el estar, queda presa del momento en el tiempo al que pertenece y por eso tiene una extraordinaria capacidad para evocarlo.

La música popular es la banda sonora de lo que Unamuno llamó intrahistoria: "La vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol (...) a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna" (En torno al casticismo). Y la música popular será -incluido por supuesto el jazz, que lo fue en su origen- el legado musical más significativo e importante del siglo XX. Esta música, como escribió el muy exquisito pero también muy sensible Proust en Los placeres y los días, nunca debe despreciarse porque "se ha llenado con los sueños y las lágrimas de los hombres" y solo por eso aunque en algún caso "su lugar sea nulo en la historia del arte, es inmenso en la historia sentimental de las sociedades". ¡Cómo hubiera aplaudido estas palabras Basilio Martín Patino!

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