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Antonio montero alcaide

Escritor

Carmo desenterrada

En la Necrópolis de Carmona se emplazan tumbas excelsas, como palacios de la muerte

Nadie ha vuelto para contarlo, pero cabe sospechar que los muertos no necesitan el aposento de una ciudad. Ahora bien, si dieron con sus días, hasta el momento postrero, en la ciudad de la vida, comprensible será que se habilite una ciudad de los muertos. Y que su fúnebre urbanismo disponga las tumbas, los túmulos o los mausoleos como corresponda al sepulcral descanso de los finados, cuyos restos se avecindan en la natural, por obligada, concordia de ultratumba.

Carmo fue una descollante ciudad romana de la Bética, que acuñó monedas del mismo nombre, levantada en un paraje donde bastante tiempo antes, en la cuenta atrás de los milenios, los ancestrales humanos dieron por aquietar sus asilvestradas correrías en el aéreo mirador del Alcor. Desde donde cada crepúsculo es obra de las luces del mundo -inconmensurable también en la Vega- para repartir el tiempo en la pulsera de los días.

Su Necrópolis, cercana a la Vía Augusta y con el Anfiteatro al lado -el muerto al hoyo y el vivo al bollo-, da cuenta de los muertos y, precisamente porque para morir hay que estar vivos, también de los paisanos de aquel tiempo, cuando los siglos empezaron a contarse tras el nacimiento de quien fue preguntado por el prefecto Poncio Pilato sobre la verdad.

Sabido es, o debiera serlo, que iguala el incontestable hecho de estar muertos, mas no los variopintos desenlaces del morir y, sobre todo, la vida que antecedió a la muerte en el tiempo que a cada cual tocó -si es que se admite el popular sino de "lo que estaba para uno"-. Por eso en la Necrópolis de Carmona se emplazan tumbas excelsas, como palacios de la muerte, y enterramientos familiares al modo de casas de vecinos donde los cuartos se hacen urnas y el patio fosa.

En los arrabales de la Carmona de los vivos, allá por 1868, un recolector de plantas medicinales, de nombre Luis Reyes aunque conocido por Calabazo, comenzó a excavar en solitario tumbas durante varios años, tras un primer descubrimiento en unas obras que se hicieron en el camino del Quemadero, hoy calle Jorge Bonsor, desde la que se accede a la Necrópolis. Este precursor de la arqueología moderna en España, que da nombre a la calle, de origen anglo-francés, se asoció con otras personas distinguidas de la ciudad para constituir la Sociedad Arqueológica de Carmona. Se sucedieron las excavaciones y los hallazgos y la Necrópolis de Carmona aportó un valioso conocimiento del mundo funerario romano, sin que hasta ese momento se hubiera excavado en España, sistemáticamente, una necrópolis de esas características. La historia continúa, y continuará, al descubrirse, a finales del pasado año 2020, nuevos enterramientos que duplicarán los existentes en la actualidad tras verificarse, en palabras de la Consejera de Cultura, "uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XXI", en la encrucijada de la Vía Augusta y el antiguo camino hacia Híspalis.

Carmo desenterrada y Carmona engrandecida.

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