Programada una sesión dramática junto a la Bahía, el epílogo fue de color de rosa y el Sevilla respira con esta victoria sobre un rival directo, sorprendentemente directo. Era el debut de Mendilibar en el banquillo sevillista y se cumplía un viejo mantra futbolístico, lo que se le negaba a Sampaoli lo agarró ese predicador de lo simple y tres puntos de platino cayeron en el talego sevillista para ver la vida con más optimismo.

Nunca una aparición del Sevilla en la Tacita guardaba una carga de dramatismo como ésta, ¿quién hubiera pronosticado que la tropa blanca iba a estar en la misma frecuencia que la amarilla? Pero la vida guarda estas sorpresas y así nos estalla en la cara un partido más igualado que en jamás de los jamases y a la hora de rodar el balón se comprende por qué esta igualdad. A través de un primer tiempo rico en imprecisiones, todo lo que está pasando tenía explicación.

Salió el Cádiz de camerinos con un grado de excitación notable, pero duró poco esa rabieta. El Sevilla fue tomándole el pulso al juego y amparado en su mayor calidad fue adueñándose del balón, aunque todo era para nada. Sin trabajo los guardametas, los pelotazos proliferaban y ese juego directo que preconiza Mendilíbar salía a relucir con insultante asiduidad. Era un juego impropio de la División de Honor, pero hay que tener en cuenta la presión en la psique de ambos.

Ocurre que no más reanudarse el juego, Ocampos engancha un tirazo a la red y todo se optimiza para el Sevilla. O eso parece, ya que el gol espolea al Cádiz hasta el punto de arrinconar al Sevilla en su área. Pero es una rabieta inocua y el conato de incendio lo sofoca En-Nesyri para dejar el pleito visto para sentencia. Se cumplió lo de a técnico nuevo, victoria y el Sevilla palió una sequía de visitante que se eternizaba. Y a partir de Cádiz se verá la vida mejor en el bando sevillista.