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Cartelerías

Algunas obras -no todas- esperanzan en una cartelería a la altura de los tiempos

Los carteles que anuncian los fastos tradicionales de la primavera tienen floración temprana. No principia marzo cuando ya estamos agarrados para no volcar de la impresión ante las propuestas. Las hay para todos los gustos, incluso para aquellos que merecen palos (retóricos, claro), y las hay, a mi entender, prácticamente indefendibles.

El cartel de las Fiestas de Primavera, de José Tomás Pérez Indiano -de él escribía hace poco Javier González-Cotta, que, tras unos capotazos, usó la pluma de estoque- al menos ejerce la función de hacernos concluir que, más a menudo de lo que quisiéramos, para catar vanguardia toca retroceder. Fue verlo y correr a enjuagarme la mirada en la cartelería de las Fiestas de Primavera de los años 20 y 30, y en cuando tenga un rato tiro para el Museo a refugiarme en Bacarisas. Con el cartel de la Semana Santa, de Daniel Franca, la opinión es unánime: chapó, desde la tipografía a la pintura, pasando por la composición y el tamaño. Como ya se ha dicho varias veces, el cartel demuestra que se puede anunciar la Semana Grande con el revolucionario método de pintar un paso de palio, el de la Estrella. El que me paró en seco en plena calle ha sido el del vía crucis del Cachorro, de Antonio Jaén Sánchez. Me dieron ganas de arrancarlo de la pared y colgarlo en mi casa. Algunas obras esperanzan en una cartelería a la altura de los tiempos. La de Norman Foster me gusta tanto como le disgusta a taurinos y figurativos. Sobre el cartel de la Semana Santa de Carmona, de Manuela Bascón, no puedo evitar que la Virgen voladora me recuerde a la criada de Teorema, de Pasolini, que acababa levitando en un tejado.

Pero si hay una obra que ya era hora que se hiciera, ésta ha sido la de la portada del programa de El Llamador, de Canal Sur Radio, de Francisco Martínez. Mi opinión sobre el resultado artístico me la voy a reservar, pero no puedo dejar de celebrar que La Canina tenga en portada su recreación pictórica, colorista y con una dentadura que ya la quisiera más de uno para sí. Cualquiera sabe lo que representa el paso del Triunfo de la Santa Cruz, vulgo La Canina, pero las reinterpretaciones heterodoxas y existencialistas de la misma (incluidas las saetas jocosas) que hace el sabio pueblo tienen su función: la de esquivar un rato a la Muerte, siempre futura y siempre segura. De ahí que sea una imagen algo así como extrañamente querida, a la par que huida, por la gente del común. Como si fuera el capirote, cada Semana Santa saco del armario la camiseta que hace años regaló una conocida revista de crítica, literatura y artes, en la que La Canina, en su pose reflexiva sobre el paso, le enmienda la plana a Descartes y exclama: "Ahora que lo pienso…, yo no existo".

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