La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
Se derrumban las criptomonedas -en las que algunos ilusos habían puesto sus esperanzas de ganar dinero fácil- y se nos dice que es muy probable que nos quedemos sin suministro energético para el próximo invierno. En Sri Lanka -¿dónde está Sri Lanka?-, la población desesperada por la carestía de alimentos y los precios de los combustibles ha asaltado las casas de los políticos. Han quemado la casa del primer ministro y la de su hermano y han saqueado la capital. En un vídeo que ha circulado por las redes, hemos visto a gente en la calle arrojando los coches de los políticos al mar. Y en Rusia, un demente está instaurando una sociedad totalitaria mientras sueña con apretar el botón nuclear. Desde hace sesenta años -desde la crisis de los misiles en Cuba de octubre del 62-, nunca habíamos estado tan cerca de un desastre nuclear.
Pero aquí, por fortuna -o por desgracia-, nadie parece ser consciente de la gravedad de la situación. Nuestro gobierno -o lo que sea- sigue legislando como si viviera en el hermoso y soleado país de los Teletubbies, gastando un dinero que no tiene y acumulando los monstruosos intereses de una deuda que no para de crecer. Da igual: el dinero público es inagotable y se puede vivir sin prever lo que nos va a pasar la semana que viene. ¡Alegría, alegría! Todo es una sucesión inacabable de mentiras, pero ya vendrá alguien que se haga cargo de la ruina cuando todo esto se vaya a pique. Y mientras tanto, a vivir y a disfrutar, que esto se acaba. Y en la Unión Europea tampoco es que parezcan muy preocupados: el otro día montaron en el Parlamento de Estrasburgo una performance que parecía uno de esos talleres de hipnosis y biorretroalimentación que las asociaciones de vecinos montan en los centros cívicos de las barriadas. Ucrania está en guerra y hay un loco en el Kremlin, pero en el Parlamento Europeo se dedican a programar actividades que parecen surgir de una sesión amateur de un grupo de admiradores de la Fura dels Baus. Por lo visto, a ninguno de estos portentos de Estrasburgo se le ha pasado por la cabeza que aquí, si las cosas se ponen feas, podría pasar exactamente lo mismo que está pasando en Sri Lanka.
Bueno, da igual. El otro día, en una esquina olvidada, me atrapó el dulce aroma de las catalpas en flor. La primavera, por fortuna, no entiende de guerras ni de idiotas. Disfrutemos de lo poco que nos queda.
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