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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cierra El Punto, abre Casa Ozama

Los bares, como los hombres y las civilizaciones, tienen un ciclo biológico de nacimiento, vida y muerte

Uno ya es mayorcito para saber que las ciudades son como la Serpiente de Midgard, la horripilante criatura de la mitología nórdica que se devora a sí misma para encontrar el alimento necesario y seguir creciendo. También que los comercios y bares urbanos tienen, como las personas o las civilizaciones, un ciclo biológico de nacimiento, vida y muerte. Pero eso no significa que no tengamos nuestro corazoncito y que no se nos "piante un lagrimón", como cantaba Gardel, al evocar los tiempos en que casi fuimos vecinos del Arenal y tuvimos en El Punto un puerto seguro en el que refugiarnos de la intemperie a la que condena el noviazgo. Manolo Ruesga Jr. nos informaba ayer en estas páginas del cierre inminente de la bodega San José de la calle Adriano, más conocida como El Punto por los más antiguos del barrio. Un desacuerdo económico entre la propiedad del local y los taberneros ha hecho inviable la continuidad. Nada que objetar, el mundo es así, pero es el momento de entonar una elegía por una de las tascas que ejemplifica perfectamente ese viaje que, para sobrevivir, llevó a los antiguos despachos de vinos y aguardientes a convertirse en bares en los que la cerveza y las tapas eran los productos estrella. Los garitos, como los pinzones de Darwin, o se adaptan al medio o mueren.

La noticia del cierre de El Punto, taberna vertebrada por una barra de caoba que era todo un tratado sobre la España de Ultramar, coincide en el tiempo con la apertura de Casa Ozama, nombre que también nos remite a una geografía colonial. Si usted, paciente y minoritario lector, no ha escuchado nunca hablar de este mixtolobo de restorán y pub es que, sencillamente, no está en la pomada (enhorabuena). Casa Ozama, negocio emprendido por el linaje de los Cebolla -algo así como los nuevos Rothschild de la restauración sevillana- y otros asociados, se ubica en la hermosa villa decó que se encuentra en la desembocadura de Felipe II en la Borbolla y, por lo que se dice y han comprobado estos ojos al otro lado de la verja, es un non-stop de platos y copas, todo muy al estilo "el ruidoso encanto de la burguesía sevillana". De alguna manera, la apertura de este restorán es la definitiva confirmación de que El Porvenir ha pasado de ser un discreto y agradable barrio residencial a un animado centro neurálgico del tardeo (con perdón) y la nocturnidad. Dios nos coja a los vecinos confesados.

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