Ciudades ruidosas

No sería distópico que en lo venidero se aprobasen leyes municipales destinadas a fijar un mínimo de ruido exigible

En Las ciudades invisibles de Italo Calvino (se celebra su centenario este año) podría incluirse esta otra ciudad imaginaria. No desentonaría literariamente de entre aquellas ciudades sobre las que Marco Polo iba detallando su fantástico pormenor al extasiado Kublai Kan, emperador de los tártaros. Por imaginar, yo imagino ahora que quizá pudo existir una ciudad fabulosa, pero creada para el estruendo, en la que sus habitantes no podían vivir sin ruido y algarabía permanente. El silencio los aterraba. La calma los enloquecía, dando lugar a asesinatos, ingresos clínicos y suicidios colectivos. Padecían sedatofobia (pavor al silencio). Por eso las autoridades velaban por el cumplimiento de toda suerte de ruidos urbanos.

A esto, en fin, es a lo que vamos. Quiero decir que no sería distópico que en lo venidero se aprobasen leyes municipales destinadas a fijar un mínimo de ruido exigible para evitar trastornos ciudadanos por culpa del incómodo silencio, la insoportable calma, el sosiego más inhóspito. Vivimos con tanto ruido exterior, tan hechos carnal y psicológicamente al soniquete diario (del iPhone a los epidémicos veladores o al himno andaluz perpetrado por David Bisbal), que no es un dislate pensar que en pocos años exigiremos a los alcaldes que preserven nuestro derecho al ruido y no al silencio. Nos aterrará la calma, la nota en blanco, igual que nos desconcierta que en la radio transcurran cuatro segundos de silencio o que una tienda nos reciba de forma áspera y sin música ambiental.

Hoy por hoy el bullicio grosero en las ciudades es otra forma de costumbrismo. Cierto es que en San Sebastián han prohibido el uso del megáfono a los guías turísticos (¡quién fuera donostiarra!). En Split se multará y detendrá a los turistas ruidosos o a quienes deambulen de chabacanas formas por el entorno del Palacio de Diocleciano. En Granada y en Málaga se estudia poner fin a las despedidas de soltero/a. La Junta de Andalucía obligará a poner sonómetros en los pisos turísticos para evitar molestias a los vecinos. Y en nuestra Sevilla, el portavoz Juan Manuel Flores ha anunciando que se ha aprobado un presupuesto de 141.833 euros para elaborar el llamado Mapa Estratégico del Ruido en Sevilla (el versallesco título ya debe costar la mitad de la partida). Con ser ciertas estas medidas, no sería distópico, como digo, que llegue el día en el que lo que se fomente sea el ruido y no el silencio ni el descanso vecinal. Nadie querrá silencio por falta de costumbre. Se nos hará repelente, molesto, insufrible. Y Marco Polo, allá donde esté, se lo contará a Kublai Kan.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios