'Cofradefobia'

Como bien dijo Dostoievski, si me demostraran que Cristo no existió creería aún más en Él

Si usted tiene aversión a la vejez, ha de saber que padece gerascofobia. Si tiene pánico a no tener el móvil a mano, su mal se llama nomofobia. Si ve a alguien con barba y siente reparo grave, entonces padece pogonofobia (el alucinante dictador Enver Hoxha prohibió llevar barba en Albania). Si la oscuridad le aterra, es que tiene nictofobia. Si estar solo le da miedo y además no hay nadie en el espejo, como le pasaba a Borges, entonces usted padece monofobia. Si le altera ser tocado (antes y después del Covid), la cuestión está clarísima: usted tiene hafefobia. Y, por ir terminando, si los payasos le producen desconsuelo y pavor, entonces hágase ver si padece coulrofobia.

De todo lo dicho, me consuela saber que padezco sobre todo de esto último. O sea, coulrofobia o miedo cerval a los payasos. Me ocurrió la primera vez que vi a un siniestro pierrot maquillado de blanco. Luego, el lloriqueo tenebrosísimo de Charlie Rivel me atormentaría de por vida. Todas estas fobias -y muchísimas otras- vienen compiladas en el estupendo Atlas de las fobias y las manías, escrito por Kate Summerscale y publicado por Blackie Books.

Viene a cuento todo porque Luis Sánchez-Moliní acuñó por aquí hace poco el término cofradefobia. Obviamente no viene en el citado Atlas (¿podría incluirse en una segunda edición ampliada?). Señalaba el esclarecido compañero que tanto vía crucis en Sevilla, con lo que provoca de irritación en peatones y conductores, está alimentando una ira creciente, incluso entre los aborígenes más templados. Quien dice vía crucis dice salidas extraordinarias, mudanzas por celebración de cultos en otra iglesia, traslados peregrinos, ensayos de costaleros, asombrosas colas para los besapies y besamanos, etcétera. Yo no sabía que estaba incubando la cofradefobia hasta que en pleno octubre me topé frente a casa, impidiéndome el paso a mi cripta, con el Resucitado de Santa Marina. El uno pregonaba el triunfo de la vida sobre la muerte. El otro, modesto servidor, sólo pedía regresar al lóbrego nicho sin molestar a nadie. Creo verdaderamente en la Resurrección de Cristo, pues no hay mejor literatura fantástica que la de los evangelios. Es más, como bien dijo Dostoievski, si me demostraran que Cristo no existió creería aún más en Él. Pero la resurrección no era esta yinkana de otoño. San Pablo se habría enojado.

Los periodistas de la prensa morada (la de la Semana Santa, no la prensa feminista que hoy nos da la matraca), se quejan de la masificación cuaresmal. No hay lugar ya para el intimismo. Sería irónico, pero háganse ver si ya padecen cofradefobia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios