Seguro estoy de que difícilmente podrá uno toparse con un tiempo de intolerancia tan acentuado como el que hoy padecemos, con una terrible fiebre prohibitiva contra lo que a uno no le gusta. Afortunadamente, no todo ese personal tiene atribuciones prohibitivas y sólo se queda en el deseo. Ejemplos hay a puñados. El antitaurino no se conforma con no ir a los toros sino que tampoco quiere que vaya ese prójimo que sí es aficionado a dicho arte, arte con mayúsculas, tal como se encarga de demostrar Morante con frecuencia. O esos que abominan de la Semana Santa y que andan ahora en rogativas por una lluvia que destroce la cosa. Qué talibanismo el de esos homínidos, qué poca consideración con los gustos ajenos. No le gustan los toros, pues no vaya; no le gusta la Semana Santa, pues igual, váyase lejos, mientras más lejos mejor y con eso salimos ganando los demás.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios