Jugará el Sevilla en Riazor con el Bergantiños tras saberse que el Betis lo hará en su campo frente al Antoniano. O sea que la pretensión de darle más emoción a la Copa con esa especie de ruleta rusa que es una sola bala se ha ido a hacer puñetas. Será a bala única, pero en condiciones mucho más confortables que como se había previsto, lo que es como desmochar a un toro que se mostró tremendamente certero en muchas ocasiones.

La Copa a partido único en casa del inferior ha ocasionado unos estropicios considerables en los clubes de mayor categoría, que uno ha visto una serie importante de catástrofes para los nuestros. Y se me vienen a la memoria dos que son de las que más daño ocasionaron, una en el Sevilla y la otra en el Betis. Mucho ha sido lo que ha llovido de la primera y algo menos desde que ocurrió lo del Betis, pero en ambos casos fueron tan inesperadas como dañinos.

Corría el otoño de 1986 y al Sevilla le tocó en el sorteo el Eibar, un modesto equipo que acababa de subir de Tercera a Segunda B. Y a ese pueblo guipuzcoano fue el Sevilla de Jock Wallace bajo el mando de Luis Cuervas, recién nombrado presidente y que hacía su debut viajero como tal. Sin goles se llegó a la prórroga y en ella marcó Gómez de Segura. La vuelta en coche cama desde Alsasua fue un drama que Wallace ahogó con el producto más genuino de su tierra escocesa.

Quince años después, Ceuta-Betis y otra catástrofe inesperada, ya que el equipo iba como un tiro de la mano de Juande Ramos. Aquello fue un varapalo de órdago, pues los ceutíes le endosaron un 4-1 al Betis, aunque esa tragedia sólo sería el aperitivo de cómo fue la travesía del Estrecho, con Ikpeba ululando aterrorizado mientras el barco era un cascarón a la deriva. Ahora, gracias a las deficientes infraestructuras de los rivales, el riesgo es menor, pero no era eso lo pretendido.