Cuarenta días y cuarenta noches

Sin actividad económica y con las arcas del Estado vacías, lo que va a ocurrir en los próximos meses pone los pelos de punta

Alo tonto, a lo tonto, ya llevamos más de cuarenta días de confinamiento. O de cuarentena, si lo decimos con una palabra que suena más antigua y que tiene un tétrico aire medieval. Lo de los cuarenta días parece un número que tenía cualidades casi mágicas en las culturas antiguas. En la Biblia, cuarenta era una cifra que venía a significar un número indeterminado de días o de años, siempre muchos, muchísimos, incontables. El diluvio duró cuarenta días. Los judíos vagaron lejos de su tierra durante cuarenta años. Jesús se retiró al desierto durante cuarenta días y cuarenta noches. Y aquí estamos nosotros, encerrados en casa, soñando con tomar una cerveza helada en un chiringuito y con poder oír el rumor de las olas en una playa. De repente, todo eso que dábamos por ramplón y por burgués -la diversión, el ruido, las multitudes, la playa, las aglomeraciones -se ha convertido en una especie de utopía que no sabemos si vamos a poder recuperar algún día. Porque la triste verdad es que vienen tiempos muy difíciles, tan difíciles que pronto recordaremos con nostalgia estos cuarenta días del primer confinamiento, cuando aún teníamos cierta holgura económica y una cierta esperanza en que las cosas no fuesen a empeorar.

Lo malo es que todo indica que van a empeorar. Sin turismo, sin actividad económica y teniendo que hacer frente a una emergencia económica y social con las arcas del Estado vacías -y con gobernantes que parecen párvulos en cuestiones de economía básica-, lo que va a ocurrir en los próximos seis meses pone los pelos de punta. Y lo peor de todo es ver la temeraria frivolidad con que los políticos que están al frente del gobierno se están tomando esta tragedia. Ni siquiera han anunciado un recorte de sueldos y privilegios o un mínimo adelgazamiento de una Administración elefantiásica. Y todas las energías se van en postureos, griteríos, amenazas y maniobras insidiosas para controlar el Estado.

Duele imaginar lo que va a ser de nosotros en un país sin apenas recursos públicos cuando tengamos que enfrentarnos a la hecatombe que se nos viene encima. Y con unos políticos que parecen niños jugando con unas piezas de Lego que ellos -y ellas- confunden con la triste realidad de la gente que no sabe cómo va a llegar a fin de mes. Sí, sí, echaremos de menos esta cuarentena.

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