Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Borra, borra eso
En el discurso inaugural de la Cumbre del Clima de Dubái, el rey Carlos III (el inglés, no el ilustrado, que ahora debe de andar cazando faisanes por la Laguna Estigia) ha dicho una frase que todavía retumba en mis oídos (cada vez más sordos, dicho sea de paso): “La Tierra no nos pertenece, somos nosotros los que pertenecemos a la Tierra”. Caray, qué frase. Al leerla, se ha producido una honda conmoción en mi alma (así somos las almas bellas, siempre proclives a dejarnos arrastrar por los bellos pensamientos y las hermosas palabras). Y más aún después de leer que el rey Carlos nos ha recomendado el decrecimiento económico para solventar los graves problemas del mundo. Lo malo es que el señor Google me acaba de recordar que el rey Carlos posee siete palacios, diez castillos, 12 residencias, 56 casas de campo y 14 ruinas históricas (según la revista Forbes, que algo sabe de esto). Vaya por Dios. ¿No habíamos quedado en que la Tierra no nos pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a la Tierra? Así que espero impaciente que una delegación de la Madre Tierra –tal vez en forma de huracán o plaga de ranas caídas del cielo– acuda presurosa a reclamar al rey de Inglaterra lo que es suyo, y así permita descansar al buen rey de tantas preocupaciones y de tantos sinsabores mundanos. Y una vez desposeído de sus muchas posesiones, y ya reducido a la condición de “persona perteneciente a la Tierra”, el buen rey Carlos podrá subsistir gracias a una dieta de bellotas silvestres, tal como hizo don Quijote en su penitencia de Sierra Morena. ¿Ven qué fácil resulta todo?
Esta fascinación por el decrecimiento económico y por el retorno a la santa pobreza es una de las cosas más curiosas que nos suceden. Las almas bellas nos recomiendan decrecer económicamente, renunciar al consumo desaforado, interrumpir la fabricación de bienes y aniquilar el egoísmo y el interés individual. Quienes nos recomiendan estas cosas, igual que el buen rey Carlos, son personas que suelen vivir gracias a un salario público que se sufraga con los impuestos de los camareros y los pequeños empresarios y los autónomos que malviven con un modesto negocio, pero eso no parece preocuparles demasiado. Hay que luchar contra el interés individual, nos dicen. Hay que actuar como seres frugales pertenecientes a la Tierra. ¿Ven qué fácil es todo? Amén.
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