Acción de gracias

Denme calabazas

Tenía un motivo para odiar Halloween. Los monstruos, las brujas y los fantasmas llegaron para eclipsar mi cumpleaños

Como le ocurría al Scrooge de Dickens con otra fiesta, yo siempre odié Halloween con un desprecio infinito. Aunque en realidad -soy un hombre de convicciones débiles- me oponía a esa celebración sin mucha resistencia: un año, siendo jovencito, me disfracé de Bitelchús con un vestuario sonrojante y mucho polvo de talco sobre el rostro, y otro lo hice de leproso con un terrible mejunje de gominolas derretidas en la cara, una fórmula pringosa pero recomendable si uno quiere evitar con el personal los besos de cortesía. A pesar de esas incursiones esporádicas en el bando enemigo, yo les prometo que sentía aversión por la historia, acogía su nombre con verdadero fastidio, y no porque me hubiese hecho nada Michael Myers, y tampoco porque yo fuera un custodio de las buenas costumbres que recela de una tradición importada (quienes me conocen saben que soy un peliculero, capaz de festejar el Oktoberfest vestido con un traje tradicional bávaro o ir a un brunch ataviado de pseudointelectual neoyorquino). Yo soy un ciudadano del mundo, pero eso no impide mi manía hacia Halloween. Y les diré que tenía un motivo para la inquina. Los monstruos, las brujas, los fantasmas llegaron para ensombrecer mi cumpleaños, y eso no se le hace a nadie, que está feo.

"El día que nací yo / qué planeta reinaría. / Por donde quiera que voy / qué mala estrella me guía", cantaba Imperio Argentina, y yo, con mayor fortuna en la vida, que en la copla hay mucho drama, también tenía algunos quebraderos de cabeza con la fecha en que mi madre me trajo al mundo: la madrugada del 1 de noviembre. Me pasé la infancia y la adolescencia corrigiendo a unos y a otros. "Hala, el día de los muertos", me respondían, y el niño repipi que era corregía: "El 1 es Todos los Santos, los Difuntos es el día 2". Yo estaba orgulloso de que Don Juan Tenorio se representara por entonces, de los huesos de santo, de toda la mitología otoñal de ese momento. Cuando conocí a mi amiga Patri, que nació el 2, me desquité de inmediato con la pobre, tras tanta atribución errónea: "Hala, el día de los muertos". Yo sabía que el 1 la gente iba a llevar flores a sus seres queridos, a limpiar sus tumbas, y temía poseer un alma lúgubre y sombría.

Y ahora, cuando desvelo mi cumpleaños, el debate Todos los Santos/Día de los Difuntos se revela una antigualla y destapa también que tengo más años que un bosque (encantado). Ahora el mundo entero exclama: "¡Hala, naciste en Halloween!". Y en el fondo va siendo la hora de aceptarlo: pertenezco a la familia de los monstruos, los vampiros y las brujas. Es absurda tan larga resistencia. Hagamos truco o trato. Denme calabazas. Busquemos un disfraz. Pero no me pidan, por favor, que me vuelva a poner esas pringosas gominolas en la cara.

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