Dicen que el otro día vieron a un ciudadano ya talludito con un capirote bajo el brazo. Iba de Córdoba al Salvador y como sin prisas camino, imaginamos, de su casa. Lo que en estas fechas era imagen corriente, esa del otro día resulta curiosa y ciertamente pintoresca. Y si ayer poníamos el acento en la catarata de nostalgias que va invadiendo nuestro ánimo en esta nueva primavera robada, la mera visión del hombre con capirote que no se va a poner es una etapa más en esa carrera hacia la depresión que cada día es más desbocada. Y como adobo de este guiso incomestible, el aquelarre montado por Ciudadanos, esa formación política que un día fue esperanza de asidero al que agarrarse la derecha más moderada. Es lo que le faltaba a este estado de cosas incomprensibles y que contribuye eficazmente a que este país se haya convertido en un canto al estupor.