La ciudad y los días

Carlos Colón

Destrucción bendecida

LA culpa mayor del PSOE, en lo que a Sevilla se refiere, es haber renegado de lo que sostenía, y con él toda la inteligencia progresista de la ciudad, hace treinta años. Entonces -hablo de los últimos 70 y los 80- la destrucción, desnaturalización o grave deterioro del patrimonio histórico por obra de los ayuntamientos franquistas era presentada como el símbolo de la rapacidad especulativa, el desprecio por la cultura y el grosero concepto de desarrollo propios del Régimen. La apuesta conjunta por una contemporaneidad arquitectónica creativa y valientemente moderna, y por una rigurosa preservación del patrimonio monumental y cotidiano que conservara los cascos históricos de las ciudades vivos y no museificados, nacía de una misma idea de progreso entendido como humanización igualitaria de las condiciones de vida.

Este fue el criterio seguido, con mayor o menor acierto, en los dos primeros ayuntamientos democráticos presididos por Luis Uruñuela (PSA, 1979-1983) y Manuel del Valle (PSOE, 1983-1991). Bajo los posteriores mandatos de Rojas Marcos (PA, 1991-1995) y Soledad Becerril (PP, 1995-1999) se mantuvieron estos criterios desde la oposición socialista mientras el PA, que gestionó la Gerencia de Urbanismo en los dos mandatos y en el primero de Monteseirín (1999-2003), emprendía en el casco histórico reformas de carácter desnaturalizador, museificador, superficialmente neocostumbrista y profundamente cateto. Pero eso fue una broma si se compara con lo perpetrado desde 2003, cuando Urbanismo pasó a manos socialistas.

Como se trataba del PSOE, era necesario desdecirse de lo antes dicho y renegar de lo antes sostenido. Fue entonces cuando el respeto al patrimonio monumental y cotidiano dejó de ser una virtud propia de los progresistas para convertirse en un vicio característico de los reaccionarios. La culpa mayor del PSOE, por ello, es haber bendecido como progresista la destrucción de la ciudad; excitando un demagógico enfrentamiento entre el centro y los barrios, y presentando el respeto al patrimonio como elitismo conservador.

Cosas de esta España y esta Sevilla nuestras, en las que la bondad o maldad de algo depende de que se le ponga la etiqueta de progre o facha. La primera lo hace odioso, con independencia de su bondad o maldad, para la derecha; y la segunda, siempre con independencia de su naturaleza, la hace aborrecible para la izquierda. Esto vale, desde luego, sólo para quienes, sean de derechas o izquierdas, no piensan por sí mismos, carecen de criterio y se dejan manipular. El problema es que en España son muchos; y en Sevilla, legión.

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