Días de tránsito

El otoño ha dejado de ser también esa destilación de la añoranza que antaño uno creía percibir

Más de uno se queja porque día tras día va oscureciendo antes. Los días se acortan de forma perceptible. Los días raros es una canción de Vetusta Morla. Debieran componer otra pieza que se titulara Los días cortos. La cantaríamos ahora, bajo uno de estos atardeceres de septiembre. Se columbra el otoño y aflora el clásico ajuar de tópicos. Uno de ellos es este: sentir algo de tristura porque la luz decrece. Cada ocaso incita a ir perdiendo de vista el largo verano.

Se pregunta uno si en una ciudad como Sevilla debemos sentir desazón porque los días se acortan. No puedo entender a los quejicosos. Hasta hace nada maldecíamos las olas de calor. ¿Es que nadie recuerda aquellos días horribles? Qué pronto olvidamos las aceras recalentadas, el mal humor como calorín añadido, la insana apatía por casi todo, el pésimo dormir entre noches torturantes. De modo que no veo sentido quejarse porque ahora oscurezca antes. Como si aquí, en la caldera del Mediodía, el verano fuera una época de bonanza y no lo que verdaderamente es: un confinamiento físico y mental contra el maldito calor. Soy de los que creen que año tras año, con o sin días de asueto de por medio, el verano sevillano nos deja secuelas psicológicas a quienes no lo soportamos.

Por fortuna, los días menguantes van escribiendo ahora el ciclo interior del tiempo. Sin embargo, el otoño ha dejado de ser también esa destilación de la añoranza que antaño uno creía percibir. Algunos nos poníamos estupendos o directamente tontos y almibarados al llegar el otoño (quizá hoy sigamos igual, solo que más rugosos). La vuelta a los quehaceres cotidianos nos hacía ver que cada cual, a su manera, formaba parte de la gran taracea del tiempo. Yo al menos me alegraba de los destellos de la rutina, siquiera al principio (la curva hacia la Navidad marcaba el fin de toda nostalgia conciliadora).

Ahora, insertos en este absurdo ritmo de vida, es como si la rutina careciera ya de predicamento en cuanto a orden y ubicación estable. Ya no hay apenas sensación de tránsito en la enloquecedora dispersión de nuestras vidas. Se pasa del verano al otoño como si todo fuera una hiperconexión continua. Mientras escribo estas líneas, como cliente de Movistar me llega al móvil un mensaje que me anima a encarar la rutina con optimismo: “La vuelta nunca ha sido tan fácil”. Por apenas 5 euros al mes me incitan a comprar un smartphone, un smart TV, una tablet o un smart watch. Ni en el verano hubo desconexión de nada. Ni ahora tampoco, llegada la vuelta o la aburrida réentrée. Todo es como una copia continua, oscurezca o no antes.

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