La aldaba
El derribo del vallado de la Fábrica de Artillería de Sevilla
Quizá la mejor oferta del fútbol sea la rapidez con que llega la hora del desquite. Un desquite es siempre un alivio que cauteriza heridas y repone vajillas que se hicieron añicos. Y eso le ocurre al Sevilla cuando ni siquiera hayan transcurrido setenta y dos horas. Tres días mal contados para quitarse el sofocón de no estar en la Cartuja el 17-A y no hay que ser muy listo para augurarle al Elche el pago de cuanto se rompió en el Camp Nou.
Mal se le fía al modesto equipo ilicitano esta tarde de sábado, ya que a su manifiesta inferioridad respecto al rival de turno hay que añadir el plus de rabia que la tropa de Lopetegui ha ido almacenando tras el testarazo de Piqué. Fue muy doloroso para cuantos profesan el sevillismo caer como cayó su equipo en el coliseo azulgrana. Con el champán en la fresquera y las copas en la bandeja, el gol fue como una pesada losa que sepultó un sinfín de ilusiones más que fundadas.
Pero conviene acudir una vez más al rico refranero para recordar que agua pasada no mueve molino y que jamás pasó el mismo agua bajo el mismo puente, por lo que esta tarde en el que fuese Altabix aparece una ocasión que ni pintada para que el Sevilla recobre las ganas de vivir. La diferencia entre rivales se presenta abismal. Se trata de que el pulso que nos compete se libra entre el cuarto de la Liga y el penúltimo, entre un campeón continental y un recién ascendido.
Y aunque el fútbol y las ciencias exactas no maridan por decreto, la cuestión es que el 2 en las quinielas prevalece mientras el tiempo galopa hacia la hora de autos, esas cuatro y cuarto en todos los relojes de la tarde en que se tocará a rebato para que el Sevilla tenga la posibilidad de pasarle al rival la factura de cuanto se rompió el miércoles. Y como, insistimos, fútbol es fútbol, lo peor que haría el Sevilla es pasarle al Elche dicha factura sin hacer méritos para ello; o sea, que...
También te puede interesar
Lo último