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La lluvia en Sevilla

'Encerraítos' en la calle

Hay quienes, en vez de lamentar la situación de los sin techo, lo hacen de la mala imagen que dan a la ciudad

Mira si soy desgraciao, / que estoy deseando morirme / pa dormir bajo techao". Así gime una de nuestras canciones redondas de un dolor -decía Félix Grande- "no sólo metafísico a fuerza de ser profundo, sino también rebelde a fuerza de ser concreto". Es una carencia estricta, de orden físico y material, la que funda los pilares y entrega la llave de la marginación a quienes no tienen una casa. "Encerraíta en la calle/ llamaba a todas las puertas/ y no me abría nadie", remata la soleá que escribió Isabel Escudero. Así están, encerraítos en la calle, sin posibilidad de escapar de ella, algunos vecinos de esta villa grande y mariana. Como el próximo domingo es el Día de las Personas sin Hogar, en estos días estamos conociendo datos vergonzantes sobre el número de personas que viven al raso y de las condiciones de salud, salubridad y el estado anímico y mental en el que se encuentran. Este no es asunto de caridad, así haya que dar las gracias a la acción de Cáritas, entidad en la que más valiera que se mirara la Iglesia por entero, y no tanto en otras más afines a lo que es del César (el laurel y la moneda). Este asunto nos compete e interpela a la sociedad al completo y a los dirigentes, tanto en cuanto (se supone) nos representan. Siempre hay algún alma caritativa que, llegados a este punto, suelta eso de: "Pues si tanto te gustan los despojados, llévatelos a tu casa". Como si semejante simpleza fuera el remedio de un problema con causa netamente estructural, sistémica. Hay quien se queda fuera, literalmente, y los responsabilizamos plenamente de ello. "No han sido lo suficientemente fuertes y capaces", dicen algunos: es el darwinismo social propio de perfectos licaones.

Sevilla parece una ciudad menos dura que San Petersburgo para dormir al raso, pienso mientras me desperezo ante el primer sol de la mañana después de una carrerita por el río. No ya por el clima, sino porque las familias y amigos aquí no dejamos caer tan fácilmente a los propios, siempre que se dejen ayudar y sepamos cómo asistirles. Mientras medito esto, varias personas descienden, entumecidas, de los arbotantes del puente. Han pasado la noche entre las ratas. Por la calle O'Donnell, a la hora que cierran los bares, una turista aprieta el paso al pasar junto a los cartones bajo los que duermen, tempraneras, algunas personas en la esquina de Olavide. Hay quienes, en vez de revolverse contra la situación en las que viven estos vecinos, se lamentan de la mala imagen que dan a la ciudad. No es lo mismo, sino estrictamente lo opuesto, querer remediar el problema de la gente sin hogar por la imagen de deterioro que ofrece a los visitantes de la ciudad, que por procurar que quienes quedan a la intemperie y al margen puedan volver a contar con condiciones dignas para poder seguir viviendo. Cada cual sabe de qué lado se inclina su balanza.

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