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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Estrella en San Jacinto

El Concilio, que tantos bienes trajo, fue malinterpretado por sacerdotes u órdenes anticofradías y proguitarreo

La Estrella nunca se debió ir de San Jacinto. Ni el Rocío. Escribo irse pero en realidad fueron echadas en aquel arrebato posconciliar en el que muchos religiosos y sacerdotes decidieron que las hermandades eran cosa superada del pasado. Lo que sucedió con la Estrella, el Rocío y los dominicos en 1976 y 1982 -tras residir ambas en San Jacinto desde 1835 y 1819- también pasó con los carmelitas y el Valle en 1970 o con los jesuitas y los Javieres en 1977. Además de con el propio Corpus, cuya procesión estuvo a punto de desaparecer tras ser reducida a las gradas de la Catedral en los años 70. Eran los tiempos en los que un párroco presumía de que por la puerta de su nueva parroquia no cabía un paso.

Una mala interpretación del Vaticano II, desde luego. Y una total desmemoria histórica. Habían olvidado que lo único que queda vivo de los grandes conventos de Montesión y la Merced son las capillas construidas en sus compases en las que las hermandades de la Oración en el Huerto y la Expiración se establecieron el mismo año de 1577. Y allí siguen 442 años después, llenas de vida, mientras que un convento acabó como Museo y el otro como Archivo de Protocolos. Al igual que viven en sus nuevas sedes las hermandades que tuvieron que abandonar San Jacinto, el Santo Ángel -hoy más abarrotado de imágenes que el Metro de Tokio en hora punta y con apetito de pasos- o el Sagrado Corazón. Y eso que en enero de 1965 el Arzobispado había recurrido a las hermandades para las misiones, trasladándose más de un centenar de imágenes de 55 corporaciones a los barrios periféricos. Pero es que aún faltaba un año para la conclusión del Concilio -el 8 de diciembre del 65- que tantos bienes trajo, pero también tan mal interpretado fue por algunos sacerdotes u órdenes virulentamente anti cofradías y proguitarreo.

Es hermoso ver a la Estrella volver a San Jacinto. Tanto como melancólico es ver los espléndidos altares de culto que allí alzó la hermandad y cuyas fotografías estos días se reproducen con motivo de su regreso temporal a la que fue su casa entre 1835, tras haber residido dos siglos en el también desaparecido Convento de la Victoria, y 1976. De aquellos errores estamos hoy afortunadamente a salvo y las relaciones entre la Iglesia -arzobispado, párrocos u órdenes religiosas- y las hermandades son excelentes. Por ello no quiero meter palo en candela. Pero tampoco olvidar.

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