Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Fagamos un estadio tal...

No hacía falta ser San Isidoro para darse cuenta de que el llamado Estadio Olímpico era una irracional desmesura

Fagamos una iglesia tal e tan grande que los que la vieren labrada nos tomen por locos". La frase forma parte de las muchas leyendas de la muy novelera Sevilla y con ella se ilustra la decisión del Cabildo, en los albores del siglo XV, de emprender la construcción del que hoy es el mayor templo gótico de la Cristiandad. Aquella vez no pudo salir mejor la apuesta: ahí está la Catedral. Pero quizás desde entonces la ciudad fue inoculada por el virus de la megalomanía y de querer impresionarse a sí misma y al mundo costase lo que costase. No siempre las cosas nos han quedado igual, ni mucho menos. Sin alejarnos mucho de hoy, tenemos algún que otro monumento al despilfarro digno de ser destacado. Dos tuvieron todas las papeletas para serlo, pero por unas u otras razones se salvaron. La que en tiempo se llamó la Torre Pelli y ya conocemos todos por Torre Sevilla fue producto de los delirios de grandeza de un Ayuntamiento manirroto y una entidad de ahorro que no le iba a la zaga. Pudo convertirse en un muerto para la ciudad, pero la habilidad gestora de Caixabank convirtió lo que pudo ser un problema en una oportunidad y hoy es una de las zonas más cotizadas de la ciudad. Las setas de la Encarnación siguen siendo para muchos tan horribles y fuera de sitio como cuando fueron diseñadas por Jürgen Mayer, pero de una u otra forma han sido asimiladas por los sevillanos, se han convertido en un icono arquitectónico que triunfa en el mundo y han revitalizado una zona del centro de la ciudad que estaba degradada hasta extremos alarmantes.

Pero el tercero no se salva: el mal llamado Estadio Olímpico lleva desde 1999 siendo un símbolo de cómo no se deben hacer las cosas y de cómo se puede tirar impunemente el dinero de los contribuyentes. Sevilla hizo un estadio para unas Olimpiadas que nunca iban a llegar y un recinto descomunal donde nunca iban a querer jugar ni el Betis ni el Sevilla. No hacía falta ser San Isidoro para darse cuenta de que aquello era una irracional desmesura que nunca podría ser rentable una vez que en su año inaugural se celebraron los Mundiales de Atletismo. Dos décadas han pasado entre la nada más absoluta y la organización de algún concierto. Ahora la concesión federativa de las cuatro próximas finales de la Copa del Rey debe servir para encauzar su futuro y convertirlo es un escenario apetecido para los grandes eventos futbolísticos europeos. Ayudará la proyección internacional que está alcanzando Sevilla como escenario de acontecimientos importantes. Pero no lo tiene fácil. Ahí seguirá, al norte de la Isla de la Cartuja, como símbolo de la afición de Sevilla a hacer obras por las que nos tomen por locos.

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