el poliedro

José / Ignacio Rufino

Fenómenos no tan paranormales

La destrucción de pymes ha ocasionado un auge obligado de la 'microempresa unipersonal': de vuelta a la prehistoria

LOS periodos de baja producción y consumo y de destrucción de empleo, coincidentes con un proceso recesivo y de caída del producto nacional -lo que llamamos crisis económica-, pueden producir fenómenos paradójicos y hasta inverosímiles. Esta semana, por ejemplo, hemos sabido que, por un lado, España "camina hacia el suicidio demográfico" y que, por otro y a pesar de eso, el número de viviendas habitadas tiende a crecer. Una paradoja que se resuelve con facilidad: a pesar de que no nacen suficientes niños -¿quién tira la primera semillita, con este panorama?-, y por tanto nuestras edades y pensiones de jubilación se vuelven de lo más inciertas, el hecho de que haya más viejos cada año, y que además haya más separados y singles en general, resuelve la aparente contradicción. Viviendas, eso sí, formato "solución habitacional", expresión carcajeada que creó en 2006 la entonces ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo, aunque tenía a la postre más razón que una santa. El titular de este diario el miércoles pasado era tan bueno como preocupante: "Menos españoles, más viejos y más solos". Uno está preparado para la solución habitacional de 30 metros cuadrados (pero no para sufrir como pionero la estafa piramidal del sistema de pensiones: ahí pelearé lanzando píldoras de mi pastillero con cerbatana, y también a bastonazos).

Cabe decir algo parecido en lo tocante a la estructura de nuestro tejido empresarial: en no pocos sectores, a pesar de una gran mortandad de compañías, han sobrevivido muchas de ellas entre las dificultades y los concursos de acreedores tras dos o tres refinanciaciones. Empresas medianas y pequeñas se han reconvertido en microempresas, en muchos casos con una sola persona en plantilla que se apaña con un smartphone y un coche cada vez más viejo (ay, esos carracos en renting…), que despacha en cafeterías y que pelea como gato panza arriba para salir adelante. O compañías que también eran pymes cuyos socios se han separado y emprendido cada uno por su cuenta la singladura, con mínima estructura, y por tanto con poco músculo y capacidad. Seudoempresas de vuelta a la prehistoria, que están detrás de una parte del aumento de las afiliaciones a la Seguridad Social (tras una gran caída previa, claro es). Supervivientes que conforman un precario mundo de fragmentación y casi nula capacidad de responder a las jaculatorias contemporáneas oficiales de la innovación (no de la pirueta superviviente, sino de la innovación creadora), la gestión del conocimiento y demás maravillas de púlpito directivo. Igual sucede con la distribución demográfica y la de la renta y la riqueza, que ocasiona un mayor número de viviendas famóbil para clics condenados a la soledad -pocos se atreven por su propio pie-, la estructura empresarial se comporta bipolarmente: pocos que han crecido con la crisis y concentran la mayor parte de los recursos y del negocio -bancos, constructoras-, y una miríada de enanitos que viven peligrosamente en el filo del acantilado, dándose bocados entre ellos, y en muchos casos tirando los precios de las escasas licitaciones en una huida hacia ninguna parte. La otra cara de otra huida con los mismos actores: constructoras que jugaron fatalmente a inmobiliarias.

Para que la mano sabia del mercado descarnado laboralmente haga florecer de nuevo el empleo -el empleo pagado dignamente, no ese otro de moda- y reequilibre un poco la estructura de nuestra sociedad y nuestra empresa hace falta no ya tiempo, sino un milagro. El miércoles, Estados Unidos cerró el grifo público que ha sacado a su país airoso de la crisis. No somos Estados Unidos, ya lo creo, pero Europa necesita estímulos, y no alquimias improbables de manos inexistentes o plutocráticas. Y España lo necesita como el comer.

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