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Estos días ha emocionado encontrarse en el Festival de Sevilla las salas llenas, a la juventud volcada

Este jueves, en el Mercado de Cine Independiente (Merci) que reúne en el Festival de Sevilla a distribuidoras independientes y exhibidores, se debatió en una charla si los festivales de cine habían perdido el impacto que un día tuvieron en el público. Se rescató un tuit de Beatriz Martínez, de El Periódico, que la periodista publicó tras la Mostra de Venecia y en el que opinaba que la información sobre festivales estaba "muerta", que a quién le interesaba además de a la gente de la propia industria. ¿Por qué los espectadores habían dado la espalda al asunto? ¿En qué habíamos fallado desde la prensa para no saber transmitir el entusiasmo que provocaba una película? Un amigo se sumó a esa observación desesperanzada con un apunte, que el momento de la Mostra que había despertado más atención en los medios era más propio de la prensa rosa, el supuesto escupitajo que Harry Styles le había lanzado a Chris Pine antes de la proyección de Don't Worry Darling, y que pocos recuerdan, en cambio, el título de la película que se llevó el León de Oro, All the Beauty and the Bloodshed, el documental de Laura Poitras, al que ojalá el lustre del galardón ayude en la cartelera.

Yo pensé en ese debate que los festivales siempre habían sido una suerte de faro, de guía, en mi vida: leía con curiosidad las críticas de las cintas que se proyectaban, esperaba con la impaciencia de un fan que un actor o actriz que me gustaba consiguiera algún premio. Compruebo ahora que la Palma de Oro de 1990 fue Corazón salvaje y la de 1991 Barton Fink, que la Concha de Oro de 1992 fue Un lugar en el mundo. Gracias a las crónicas de los festivales mi yo adolescente accedió al universo de David Lynch, de los hermanos Coen, de Adolfo Aristarain, cuyas filmografías exploraría con devoción. Fueron los años también de Zhang Yimou, de Atom Egoyan, de Krzysztof Kieslowski, de Emir Kusturica, cineastas que nos maravillaban y que venían avalados por su repercusión en la Croisette o en el Lido.

Hoy termina el Festival de Sevilla, y da vértigo pensar que llevamos ya casi 20 años -19 ediciones- cubriendo sus ruedas de prensa, asistiendo a sus pases. Estos días ha resultado emocionante encontrarse las salas llenas, a la juventud volcada con las proyecciones. Quizás esos chavales vayan a su casa y, ya no en una cinta de VHS ni en un DVD, ahora en una plataforma, recuperen películas anteriores de un director que les ha cautivado en alguna sesión de estos días. Al ver tanto ajetreo por los pasillos del Nervión Plaza, del Lope de Vega, del Teatro Alameda, uno quiere pensar que el cine siempre seguirá vivo.

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