Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
ALGUNOS notables artistas flamencos han reclamado en los últimos días más apoyo por parte de la Junta de Andalucía. No comparto la manera de hacer público sus derechos, señalando a otros compañeros como favorecidos por la administración. Alzar la voz es un derecho y les ha servido para reclamar la atención de los medios de comunicación. Pero no creo que eso cambie los problemas de fondo. Y, en mi opinión, hay cuestiones claves sobre las que actuar: nuevas maneras de relacionarse con nuevos públicos y cambiar los modelos de apoyo de las administraciones públicas.
El flamenco ha sido distinguido por los políticos andaluces de dos maneras fundamentales: se ha conseguido, tras un esfuerzo notable y con gasto de dinero público, la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Y además, figura expresamente en el Estatuto de Autonomía. En su artículo sesenta y ocho se puede leer: "Cultura y patrimonio. (…) Corresponde asimismo a la comunidad autónoma la competencia exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz". Es una fuerte responsabilidad la que los poderes públicos de Andalucía han asumido con el flamenco, con este texto legal. Pero creo que debe ser así. Otra cuestión es cómo se materializa esa responsabilidad. De hecho, el flamenco es la única manifestación artística andaluza que tiene un instituto en exclusiva para atender esas responsabilidades.
Tiene gran importancia, que el texto del artículo antes reseñado sea algo más que una declaración de principios. Y esta tarea debe realizarse desde la base. Es decir, desde las escuelas y centros de enseñanza, con la incorporación del conocimiento y difusión del flamenco a nuestros escolares. Ahí está la clave del desarrollo cultural de un país y de la profundización en las señas de identidad de una sociedad. Y por ahí debe venir la cuestión fundamental del apoyo al flamenco como patrimonio.
Por otra parte, los profesionales del sector cultural andaluz saben de la singularidad del flamenco y la potencialidad que atesora como base de una gran industria cultural futura, pero hay que continuar en esa dirección. Y dar nuevas respuestas. Estructurar nuevos sistemas de producción. Cuestionarse cómo se relacionan con el público. Buscar nuevos modos. Lo están haciendo las artes escénicas y los músicos, desarrollando el nuevo directo. El flamenco también debe hacerlo. Festivales y peñas son modelos esenciales, pero creo que ya no cubren las necesidades de todo el sector.
Hay una parte de responsabilidad de la Administración, que en cultura ha creado estos pasados años unos modelos muy intervencionistas, diseñados para unos presupuestos amplios. La quiebra del modelo, por falta de dinero público, es un hecho y ahora ha llegado al mundo del flamenco. Hay que reclamar nuevas fórmulas de apoyo público. Pero hay que buscar nuevas ofertas atractivas para el público. Sin el dinero de la taquilla, nunca saldrán las cuentas.
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