La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el telexto
Hay quien se sorprende, y hasta se escandaliza, ante la repercusión mediática del caso del descuartizador de Tailandia y las muchas horas de televisión que a diario se le dedican. Además de la larga tradición periodística de la serpiente de verano, además de que se ha producido oportunamente en un agosto hasta hoy pobre de noticias políticas, además de que muchos espectadores están viviendo el duelo por Sálvame secándose las lágrimas con el pañuelo no del todo satisfactorio de su sustituto de verano Así es la vida que, si no fuera por el descuartizador, se limitaría a temas con el escaso mordiente del pago a Hacienda de Tamara por su boda, la pillada de Albert Rivera o la indignación de Laura Escanes por el montaje fotográfico en el que aparece desnuda, además de todo esto, olvidan que lo truculento apasiona desde los remotos tiempos de los romances de ciego y los pliegos de cordel –cuadernillos sin encuadernar que se vendían colgando de tendederos de cuerda– a los del inicio de la prensa de masas en el XIX y los recientes de El caso, semanario truculento especializado en sucesos editado entre 1952 y 1997 que conoció en sus mejores años una tirada de 100.000 ejemplares con cúspides de 500.000 cuando el suceso tenía la relevancia del crimen, juicio y ejecución de Jarabo en 1958 y 1959.
Olvidan que el mismo año 1888 en el que la prensa de masas, también la española que dio pábulo a que Jack andaba por Orense, La Coruña o Huelva, convertía a Jack el Destripador en un fenómeno mundial, en Madrid el crimen de la calle Fuencarral fue una importantísima fuente de ingresos para todos los periódicos que en la segunda mitad del siglo XIX, gracias a los nuevos marcos legales de la Restauración, la llegada de las primeras rotativas y el lento aumento de la alfabetización, fundaban la moderna prensa de empresa –El Faro de Vigo en 1853, El Norte de Castilla en 1854, Las Provincias en 1866, nuestro Diario de Cádiz en 1867, El Correo Gallego en 1878 o La Vanguardia en 1881, por citar las cabeceras más antiguas hoy vivas–, independiente de los partidos. El mismísimo Pérez Galdós fue el cronista periodístico del proceso del crimen de Fuencarral para el diario argentino La Prensa. Y el mismísimo Pablo Iglesias, que había fundado El Socialista en 1886, protestó por el tratamiento sensacionalista del suceso. De entonces a hoy, de Fuencarral a Tailandia, nada nuevo.
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