Al punto

Juan Ojeda

Gobernar es arriesgarse

UNA vez finalizada la Semana Santa, el curso político recobra el músculo y ahí, para empezar, tenemos esa fecha del próximo viernes, día 9, en la que, salvo que haya otro frenazo o marcha atrás, el Gobierno aprobará las medidas anticrisis. No sabemos si las sustanciarán con un decreto, con varios decretos o, tal vez, ningún decreto, en caso de que no haya pactito, porque pacto, lo que se dice pacto, no parece que se vaya a producir.

La verdad es que, a la vista de las 54 medidas que ha presentado el Gobierno, tampoco el asunto merece mucho la pena, sobre todo porque, aunque pudieran tener algún efecto paliativo, no dan la sensación de que, gracias a ellas, aun suponiendo que se aplicasen rápida y correctamente, pudieran servir para dar soluciones serias y eficaces al pedazo de crisis que tenemos encima.

Lo que no se entiende bien -y que conste que uno ha defendido la bondad de un gran pacto, sobre todo porque serviría para recuperar la confianza -es ese empeño del Gobierno en seguir apurando los plazos de negociación para unas medidas que por sí solo tiene capacidad de poner en marcha, sin más historias. Claro que tal vez sea por la necesidad de verse amparado y huir de la solidad parlamentaria. O quizás, siendo más mal pensado, por presentar al PP como el malo de la película, forzando su aislamiento y apartándolo de las posibles soluciones. Porque saben que, bajo estas condiciones, es muy difícil que el PP apoye algo que nadie ve ni claro ni eficaz, y que desde el principal partido de la oposición se considera más como una operación de propaganda gubernamental, destinada a maquillar un fracaso, que un paso decidido para solucionar, al menos en parte, una preocupante situación.

Da la sensación de que, a pesar del más que acrisolado optimismo de Zapatero, el Gobierno no está muy seguro de sí mismo, y de que sus planes vayan a dar el resultado que este país está exigiendo. Será por eso que se ha embarcado en una ya desdibujada negociación, fuera de sede parlamentaria, y va aplazando la adopción de medidas, buscando complicidades, con posibles socios minoritarios que, además aprovechan, como es el caso de Duran Lleida, para refregarle al Gobierno su superioridad, según él política e intelectual, de forma que, en el caso de que lo apoye, se venderá como una tutela para evitar males mayores.

Como no hace mucho me decía un diputado socialista, lo que hay que hacer, de una vez, es gobernar. Si se pacta, bien y, si no, a correr el riesgo. Al fin y al cabo, gobernar es arriesgarse.

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