La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El Gran Poder y Unamuno

Solo un sevillano que conocía el esplendor imaginero de la ciudad pudo pintar el Cristo que conmovió a Unamuno

En julio de 1913 escribía Unamuno al gran poeta portugués Teixeira de Pascoaes: “A mí me ha dado ahora por fomentar la fe de mi pueblo, su cristología realista… Y lo estoy haciendo en verso. Es un poema que se titulará Ante el Cristo de Velázquez, del que llevo escritos más de setecientos endecasílabos. Quiero hacer una cosa cristiana, bíblica… y española”. Siguió trabajando en él siete años, haciendo lecturas ante grupos de amigos, leyéndolo en voz alta ante el altar mayor del Monasterio de Poblet –“leyó don Miguel, y sus palabras tenían siglos de riquezas” escribió Gabriel Miró, testigo de aquella lectura–, hasta su edición en 1920. Su inspiración fue el sereno, hondo y devotísimo Cristo pintado por un sevillano amigo de Martínez Montañés, cuyas imágenes encarnaba su suegro, Francisco Pacheco. Un artista mayor que él, cuyas imágenes debía conocer, al que respetaba y al que pintó cuando lo llamó a la corte para que modelara el busto de Felipe IV que serviría de modelo para la escultura ecuestre de la plaza de Oriente de Madrid.

Velázquez retrató a Montañés entre 1635 y 1636, tres años después de pintar su Crucificado. Quizás solo un sevillano que conoció el esplendor imaginero de la ciudad de Montañés, Mesa o los Ocampo hasta abandonarla con 24 años pudo pintar tan devota imagen que conmueve e invita a la oración aún en la frialdad de una sala del Prado. En la Sevilla que dejó Velázquez en 1623 ya se habían esculpido Pasión, el Calvario, el Amor o el Gran Poder. La introvertida serenidad de Montañés, la poderosa extroversión de Mesa y la mística severidad de Ocampo están unidas por esa capacidad de emoción, conmoción y conversión que, renunciando al efectismo, hace la grandeza del Cristo de Velázquez.

Se puede decir que estos imagineros hicieron lo que Unamuno dijo que hizo Velázquez –“retratar a Dios”– y se le puede rezar al Señor del Gran Poder, cuando salga en la Madrugada, lo que el vasco rezó al Cristo del sevillano Velázquez: “Luna desnuda en la estrellada noche desnuda del espíritu, conviértense a Ti nuestras miradas, ¡oh, lucero del valle de amarguras! Pues nosotros, pobres hombres, no más así podemos cuerpo a cuerpo mirarte. (…) La humanidad, (…) Tú, Cristo, conquistaste con tu espada de amor, que es brasa pura, ¡oh león de Judá!”. Gracias a las hermandades en Sevilla esto es vida, no museo. Esta medianoche el Señor pisará el suelo de su ciudad.

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