Antonio montero alcaide

Escritor

Grandezas de Sevilla

Las leyendas toman forma y se advierten con un sereno paseo antes de que se apaguen los candiles

En el primer tercio del siglo XVII, el presbítero e historiador sevillano Pablo Espinosa de los Monteros dedicó buena parte de su atención a componer, en dos volúmenes (de 1627 y 1630), una obra a la que puso por título Historia, antigüedades y grandezas de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla. En el capítulo 5 del libro V del segundo tomo, se incluye una memoria referida al rey don Pedro y a la representación de su cabeza que aparece en una calle sevillana. Escribe Espinosa de los Monteros, en 1630, adaptado aquí el texto, sobre: "La cabeza que hoy vemos en la calle que llaman el Candilejo, en una de las esquinas que hace la encrucijada, que la forma de la calle derecha, que va del Alfalfa a la de los Abades, y de la que cruza desde San Isidro a San Nicolás". Y afirma que, según la tradición, se puso allí por un hecho particular que le ocurrió al rey en aquel sitio. "Fue que mató a un hombre, unos dicen que le conoció, y mató por celos; y otros, que no supo quién era: sino por ver si se podía cometer un delito sin descubrirse el autor del, quiso matar al primero que encontró a la media noche y huyó luego". Sucedió entonces -eran los primeros meses de 1354 y está documentada la presencia del rey en Sevilla- que, asomándose una mujer anciana por el ruido, vio huir al rey y lo reconoció porque le sonaban las canillas de las piernas -circunstancia bastante sabida y con la que se hacían chascarrillos del rey-. Conocida al día siguiente la muerte del hombre, el rey mandó hacer pesquisas "y la mujer declaró lo que vio y entendió por el indicio del sonido de las piernas. Y habiéndoselo dicho al rey, se maravilló de ver no había cosa encubierta: y por memoria de este caso mandó poner en aquella esquina en una concavidad su cabeza hecha de piedra, la cual se renovó pocos años ha y se puso en lugar de ella el medio cuerpo que hoy está". Hoy mismo también, cuatro siglos después. Variaciones sobre la leyenda de la anciana que, con un candil, presenció la reyerta entre los dos hombres en la oscuridad, hay algunas, como corresponde al impreciso e intencionado relato legendario. Otro historiador sevillano, José Gestoso Pérez (1852-1917), además de archivero y bibliotecario, refiere la existencia de un manuscrito en el que se da cuenta de cómo Fernando Enríquez de Ribera (1583-1637), duque de Alcalá, a propósito de unas obras en la antigua casa, compró el originario busto del rey a un jurado de la ciudad que residía en ella. Este noble y diplomático español, además de mecenas y amante de las letras y las artes, que reunió en su biblioteca y estancias del Palacio de San Andrés, conocido como Casa de Pilatos, su residencia sevillana, colocó en ella el busto del rey, donde todavía figura. Tras sustituirse, sobre 1630, por la escultura de medio cuerpo que actualmente se contempla en la calle Cabeza del Rey Don Pedro, atribuida a Marcos Cabrera, autor del Cristo de la Expiración de la Hermandad del Museo.

Valga un histórico paseo por la Alfalfa, antes del toque de queda y de que alumbren los candiles.

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