LOS sevillanos aguardaban, como el resto de los españoles, si el Gobierno alemán y el Banco Central Europeo daban oxígeno a nuestra descompuesta economía, y a cambio de qué nuevos sacrificios. Merkel y Draghi convinieron en dar cobertura a la ruina cañí para que el planeta de los acreedores confíe en cobrarse nuestros ahorros y pensiones si persiste la insolvencia de un país cuyo malversado potencial ahora no es convertible en dinero para garantizar el pago de las nóminas en la función pública. Pírrico alivio el de la sobremesa de ayer. Amárrense los machos porque Rajoy ya está emplazado a negociar las condiciones del rescate.

Tan acuciados por el cortoplacismo, tan apurados en busca de salvavidas aunque pesen como el plomo, tan obsesionados con desvestir al lenguaje de su sentido y de su contexto para maniobrar en la ambigüedad, nuestros líderes no se dan cuenta de lo que dicen. El ministro de Economía, Luis de Guindos, abrió ayer el encuentro empresarial hispanogermano presumiendo de que el Gobierno español está promoviendo ahora lo que Alemania emprendió hace diez años: medidas para mejorar el mercado laboral, la competitividad y las finanzas públicas. Ese elogio de Luis de Guindos a la capacidad teutona de cambiar lo que no funciona y anticiparse a los problemas (gobernaba el socialdemócrata Schröder y forjó un pacto de Estado con los democratacristianos), es una enmienda a la totalidad contra... Luis de Guindos y sus jefes políticos. Hace diez años, el PP gobernaba España con mayoría absoluta, como ahora. Aznar era el presidente, Rajoy vicepresidente, y De Guindos secretario de Estado de Economía, mano derecha de Rato.

Qué tiempos aquellos, cuando De Guindos influía negando la evidencia. Relean lo que decía desde el puente de mando: "En España no hay burbuja inmobiliaria, sino una evolución de precios al alza que se van a moderar con más viviendas en alquiler y más transparencias en los procedimientos de urbanismo".

El cinismo cotiza al alza.