ES ya un clásico de la vida española que la huelga de unos cuantos fastidie a muchos. Partiendo de la base de que el derecho de huelga constituye una conquista social irrenunciable y que nadie puede plantear en serio que se derogue, millones de españoles anhelan que, por lo menos, se regule.

Se trata de una demanda muy puesta en razón, a la vista del abuso que algunos colectivos cometen en la práctica de este derecho inalienable. Tan puesta en razón que la Constitución la ampara: su artículo 28, apartado segundo, señala que "la ley que regule el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad". Más allá del establecimiento de los llamados servicios mínimos, ningún gobierno de la democracia ha sacado adelante una auténtica ley de huelga que limite los excesos de los huelguistas.

Hablamos de huelguistas que se valen de la importancia estratégica de sus puestos de trabajo para exigir reivindicaciones bajo amenaza de paralizar actividades de las que dependen la vida y el movimiento de cientos de miles de compatriotas. Son especialistas en aprovechar los periodos de vacaciones para dar patadas a sus empresas en el culo de ciudadanos que nada tienen que ver en su conflicto. Como el que afectó ayer a los trenes de Renfe.

Uno de cada tres trenes previstos para ayer (cercanías, media y larga distancia, mercancías, AVE) no pudo salir de las cocheras a causa de la huelga convocada por el sindicato anarquista Confederación General de Trabajadores (CGT). Según Renfe, el paro afectó a más de seis mil viajeros, muchos de los cuales intentaban iniciar sus vacaciones de Semana Santa. Tuvieron que esperar durante horas al siguiente tren que pudo salir, coger un autobús o pedir la devolución de su dinero y apañárselas por su cuenta. Cada uno de ellos, en todo caso, vivió un drama, un incordio o un perjuicio debido a un problema que ni le iba ni le venía.

Treinta aguerridos sindicalistas de la CGT se pasearon por la estación de Atocha ondeando sus banderas rojinegras y mostrando una pancarta con el lema "Por nuestras reivindicaciones" (hombre, claro, no era por las reivindicaciones de los frustrados viajeros). Para mejor entender el alcance y el significado de lo ocurrido ayer hay que precisar que el comité general de empresa de Renfe cuenta con trece representantes de los trabajadores y de ellos solamente uno pertenece al sindicato convocante de la huelga. Por eso digo que es menester ver cómo tan pocos fastidian a tantos.

Y atentos a la jugada: un portavoz de CGT dijo que la huelga quería mostrar su rechazo al "cariz que está tomando" la negociación sobre la reclasificación profesional de los trabajadores de Renfe. Vale.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios