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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Manuel Siurot, 6

Era un discreto chalé pero, ahora que no está, caemos en la cuenta de que la ciudad se pierde en los detalles

Una ciudad se pierde en los detalles. Lo hemos comprobado con el número 6 de Manuel Siurot, esquina con Cardenal Bueno Monreal. Hasta no hace mucho había allí un chalé mediano con un jardín del que sobresalían cipreses y plataneras. No era el Taj Mahal, de acuerdo, pero transmitía un cierto confort visual, como casi todas las casas burguesas. Recordarán que, de la noche a la mañana, lo derribaron para construir un tanatorio, iniciativa empresarial que pararon los vecinos, movilizados por ese horror que le tiene el hombre contemporáneo a la muerte. Al final, la empresa funeraria decidió sacar algún provecho al solar y montar (por ahora) un pequeño aparcamiento de pago. El resultado lo podemos ver hoy: un manchurrón de alquitrán sin ningún tipo de protección contra el sol. Paso a menudo por allí y nunca veo ningún vehículo estacionado. Debe ser una ruina, pero da igual, el daño ya está hecho. Donde había continuidad urbana, tejas y hojas de platanera asomando tras una tapia blanca, ahora hay una pequeña y negra delegación del infierno, fea y calurosa.

De Manuel Siurot nos gusta su mezcolanza de viejos y nuevos estilos arquitectónicos. No se suele decir, pero en esa vía -antiguamente nombrada como Camino Viejo de Guadaíra- tiene la arquitectura moderna sevillana algunos de sus ejemplos más brillantes, como las torres de la Estrella, de los arquitectos Rodrigo y Felipe Medina Benjumea, o el edificio triangular y palafítico de Álvarez Uriarte que, por su originalidad, es una perla extraña en la construcción hispalense moderna, tan mediocre en su generalidad. Manuel Siurot es ancha y arbolada, a la manera parisién, con plátanos de sombra dignos de King Kong y un buen número de pequeñas villas de entrañable y rutinario regionalismo tuteladas por ese ogro de arquitectura ministerial que es el hoy llamado Hospital Virgen del Rocío. Su número 6, decíamos, no era ningún patrimonio de la humanidad, ni siquiera el mejor de los edificios de la zona. Sólo un simple y discreto chalé de gente acomodada que nunca hubiese salido en las guías turísticas. Sin embargo, ahora que su solar lo cubre una mortaja asfáltica, caemos en la cuenta de que la ciudad se pierde en los detalles: en un alcorque vacío y lleno de porquería, en una villa de Nervión derribada, en un parque sucio por la desidia municipal... El próximo alcalde (Espadas ya está en otras cosas) debería volver a reivindicar aquel concepto de la micropolítica, la ciudad como taracea, como artesanía cotidiana, en la que se puede desviar una calle para salvar a un eucalipto o indultar taurinamente a un bar para no importunar a su parroquia. Pero de eso, del Quiosco de la Melva, templo conservero de Manuel Siurot, hablaremos otro día.

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