Así como los tiempos cambian que es una barbaridad, las costumbres en el verano del fútbol han evolucionado de tal manera que lo de hoy apenas tiene algo que ver con lo de un pretérito no muy lejano. Sobre todo en cuanto concierne a la preparación encaminada a embocar la campaña con unas mínimas posibilidades de éxito, los cambios experimentados han sido tremendos y las programaciones muy diferentes.

La primera pretemporada doméstica que aportó un buen número de noticias fue aquella del verano del 69 en que un austriaco con fama de sargento llegó a Nervión para sorprender con unos métodos de trabajo desconocidos hasta entonces. Y fueron curiosas las imágenes de Max Merkel con el torso descubierto cargando con sacos a los futbolistas del Sevilla para que subiesen una y otra vez las gradas del Sánchez-Pizjuán bajo el sol implacable del estío hispalense.

Tiempos en los que el entrenador no contaba con preparador físico, siendo el pionero en aparecer con tal cometido Óscar Tosato en el Sevilla y Felipe del Valle en el Betis muchos años después de que Ernesto Pons compaginase ambas obligaciones. Y si sorprendieron los suplicios que infligía Merkel, qué decir de lo que García Traid hizo sufrir a los futbolistas del Betis aquel verano del 79 en las instalaciones de la Universidad Laboral, hoy Universidad Pablo de Olavide.

Ayer ya aparecieron en público el Betis y el Sevilla, uno bajo la clemencia térmica de Suiza y el otro en los humedales aledaños a la Manga del Menor. Nada que ver estas prácticas con aquellas en que jugar el Colombino o el Carranza llegaba precedido de una expectación enorme. Nada es como entonces, el balón entra en escena desde el primer día y no como hizo Miguel González en el verano del 69, el mismo que en la otra acera llevaba a cabo Merkel. Qué distinto todo.